No hacen falta efemérides ni justificaciones para evocar la figura de Víctor Barrio, cuya muerte en la arena de Teruel, un 9 de julio de 2016, sacudió no solo los cimientos del toreo, sino también el alma colectiva de una sociedad que, aún con sus contradicciones, reconoció en aquel instante el peso trágico de la tauromaquia. Sin embargo, bien puede servir de pretexto la conmovedora elegía que le dedicó Melián de Órzola —poeta que se encargó recientemente de la edición de Joselito, torero máximo: el hombre, el diestro, la tragedia que la Fundación Toro de Lidia recuperó— para volver la mirada hacia ese instante definitivo en el que el hombre y el toro se confunden en un mismo destino. No sorprende que fuera precisamente Melián, tan atento siempre a las dimensiones humanas y míticas del toreo, quien escribiera estos versos. Porque hay muertes que no se explican, que no se acomodan al discurso ni al silencio, y que solo encuentran consuelo —si es que lo hay— en la poesía, ese espacio donde aún es posible rozar lo sagrado. El poema, titulado La herida clara, forma parte del libro Animal de mediodía.
LA HERIDA CLARA
¡No mires, mejor vete!
Escuece la herida clara.
¡No mires, mejor vete!
Sangre oscura derrama.
¡No mires, mejor vete!
La dulce vida se para.
¡No mires, mejor vete!
Nace el frío y desgaja.
¡No mires, mejor vete!
La carne tibia brama.
¡No mires, mejor vete!
Yace bajo la luna baja.
¡No mires, mejor vete!
La dulce muerte separa.
¡No mires, mejor vete!
Sangre oscura derrama.
¡No mires, mejor vete!
Escuece la herida clara.