El novelista, pintor y escultor Miguel Aranguren ha publicado hace unos meses un voluminoso trabajo sobre la tauromaquia, con un título muy llamativo: Toros para antitaurinos. En sus 785 páginas hay ensayo e información enciclopédica, pero también literatura en forma de cinco relatos breves, y arte gráfico, creación del propio autor del libro. Está prologado por el maestro Diego Urdiales, que comienza la faena – el prólogo- por todo lo alto: “No conozco un solo compañero que no sea respetuoso con aquellas personas a las que no les gustan las corridas de toros”.
¿No crees que el título del libro es una provocación?
Yo diría que, más que provocación, es una propuesta, entre otras cosas por la didáctica que recorre toda la obra. Solo con didáctica podemos contagiar el amor por la tauromaquia. Es decir, la Fiesta no precisa una defensa, y menos una defensa a gritos, a ceño fruncido, frente aquellos que tienen aprendidas cuatro o cinco tesis en contra. Incluso me atrevo a más: a los toros le hacen mucho daño el puñado de argumentos que solemos utilizar los aficionados. El toro bravo, las ganaderías, las ferias, las plazas, la lidia, las tauromaquias populares únicamente necesitan mostrarse tal y como son, sin trampa ni cartón, y que cada cual saque sus conclusiones. Yo no pretendo con “Toros para antitaurinos” que nadie se siente en un tendido, sino que cada lector comprenda por qué hablamos de un espectáculo artístico, culto y respetable, guste o no guste.
¿Y cómo han reaccionado los antitaurinos?
De dos maneras bien diferentes: por un lado, aquellos que no ponen reparos a la hora de leer una propuesta distinta –incluso contraria– a su forma de enfrentarse a este fenómeno, reaccionan con sorpresa y hasta fascinación, aunque sigan firmes en sus convicciones; aquellos que, por el contrario, se niegan a leer (y, por tanto, a conocer los argumentos que sostienen la tauromaquia desde siglos inmemoriales), continúan erre que erre con sus cuatro o cinco mantras, incluso con insultos y descalificaciones gruesas que dejan en los foros de los periódicos donde me entrevistan.
A ti se te conoce por sus novelas, así como por tus artículos en prensa, de corte literario. ¿Cuál es la razón de esta obra tan distinta?
Un sentimiento de deuda con la tauromaquia, que tanto me ha enseñado desde que era niño. Me refiero a su valor estético, a su lenguaje, a su plástica y a las virtudes humanas que he descubierto en tantísimos toreros. Hacía muchos años que quería escribir un libro taurino y por fin encontré el hilo: una mezcla de relatos y ensayos que instruyen acerca del poderoso contenido que gira alrededor del toro bravo.
Háblanos de los relatos.
Narrar es visualizar para otros las emociones que nos causan una serie de hechos, reales o ficticios. Ante la tentación de dejarme llevar por los tópicos, decidí que los relatos los protagonizaran personajes que podrían formar parte de la vida cotidiana de cada lector. El primero de ellos cuenta la relación de un ganadero atípico (me gusta pensar en él como en el vecino que podría vivir en el 5º A) con un toro indultado en una plaza de segunda categoría. El siguiente muestra los dolorosos avatares de un diestro de mala fortuna que, además, tiene que adaptar su vida a las consecuencias de una fuerte cornada. El tercero habla de un universitario al que, sin antecedentes familiares, se le revela la vocación del toreo. He incluido las peripecias protagonizadas por un torero almeriense que se siente obligado a buscarse la vida en los Andes peruanos. Y, por último, la transformación de una de las fundadoras de un partido animalista a causa de una tormenta que cae sobre Madrid y que le conduce, sin previo aviso, hasta la plaza de Las Ventas.
¿Por qué has dado un salto al ensayo?
Vivimos ahogados por la globalización, un veneno que está acabando con el patrimonio cultural propio de cada país. Por eso, los lectores menores de cuarenta años desconocen la terminología taurina, a pesar de la riqueza que aporta a nuestra Lengua. Eso me obligó, al iniciar el primero de los relatos, a incluir notas a pie de página. Entonces comprendí que la intención didáctica de “Toros para antitaurinos” justifica una explicación detallada de los ejes que vertebran la Fiesta. Además, cuando empecé a escribir acerca del toro bravo –el primero de los ensayos– me apasioné, pues me facilitaba compartir los conocimientos que he ido atesorando desde la infancia.
Poca gente conoce el interés que James Dean, Uderzo, Julio Cortázar, Muhammad Ali, Gloria Swanson o Tom Jones, entre otros, han manifestado por la tauromaquia.
Los toros son un patrimonio de primer orden, aunque algunos se empeñen en negarlo. No solo hablamos de Hemingway, Orson Welles y Ava Gardner –personajes a los que tenemos un poco gastados–, sino de una pléyade de Premios Nobel, músicos, dramaturgos, científicos, pintores, arquitectos…, todos ellos de fama mundial. A medida que he ido investigando para el libro, me quedaba con la boca abierta. ¿Cómo es posible que nuestros poderes públicos no cuiden y defiendan semejante tesoro? ¿Cómo es posible que sigamos alimentando el cansino discurso de “toros sí, toros no”? Por eso, quien se anime a leer “Toros para antitaurinos”, más allá de su vínculo con el espectáculo, sentirá un sano orgullo por el legado que la tauromaquia brinda a todos los pueblos.
Diego Urdiales prologa el libro…
En efecto. La síntesis que realiza sobre el despertar de su vocación, del empeño por cumplir su destino, debería ser enseñanza obligada para nuestros jóvenes. Fe, determinación, esfuerzo, paciencia, superación… son los mimbres con los que Urdiales ha fraguado su prestigio de artista de primer orden.