Antonio Gala fue un aficionado que vio en la tauromaquia la forma de aprender el respeto y una singularidad de entender el mundo propia de nuestro país
Hoy vuelve a ver la luz in memorian
“…(l)eo en estos días con frecuencia que las corridas de toros son una vergüenza nacional. (Aquí somos propensos a calificar de vergüenza nacional todo lo que no nos hace individualmente gracia). Y bastantes cartas me piden, apoyándose en mi afecto por ti, Troylo, que escriba denigrando lo que se llamó siempre fiesta nacional, y procure su prohibición. Parece que a la democracia española le ha dado más por proteger a los animales que a las personas. Y hasta tú sabes, Troylo, que eso es comenzar la casa por el techo”.
Estas palabras, de completa actualidad, tienen más de cuarenta años. Fueron escritas por Antonio Gala en su libro Charlas con Troylo , una obra en la que el escritor utilizaba el recurso literario de una conversación con Troylo, uno de sus más queridos perros, para dar su visión sobre muy diversos temas. Este texto, junto con otros muchos, fueron después recogidos en un posterior libro bajo el título Córdoba de Gala, en el que a modo de antología, se seleccionaron una serie artículos, entrevistas o extractos de otros libros en los que el autor -amante de Córdoba- opinaba sobre la ciudad de su infancia.
Este libro sobre Córdoba y Antonio Gala llagaron a mí no hace mucho y de alguna forma me llamó la atención las reiteradas referencias a lo taurino. Lo más destacable no son sus repetidas menciones, sino que el autor construye un relato que, lejos de haber envejecido mal, está de plena actualidad. Antonio Gala se interesó por el mundo de la tauromaquia y en unas líneas eternas, cogida la estilográfica con la yema de los dedos y cargando la suerte sobre un austero escritorio, se adelantó una generación a su tiempo para interpretar realidades, descubrir esencias y pintar nubarrones que nadie por aquella época podía imaginar. Estos textos suponen una auténtica premonición de los argumentos que hoy se utilizan para justificar la necesaria subsistencia de la fiesta. Gala entendió lo que significaba un toro y un hombre en una plaza de toros, y solo desde el conocimiento puede surgir el respeto de algo tan atávico y cruento. Repasemos algunas de sus reflexiones.
«Gala habría querido conocer de golpe Córdoba, el castellano de Santa Teresa y las corridas de toros»
Todo tiene una explicación. Cuenta Antonio Gala que de pequeño su padre y Machaquito le llevaban a la ya desaparecida plaza de Los Tejares de Córdoba a ver las corridas de toros. Que se sentaba entre ambos, que jamás le compraron una gaseosa, ni un pestiño ni un paloduz. Que en ese constante intento de aprender, aquel niño curioso buscaba en las palabras o los gestos de aquellos dos referentes alguna comunicación que le permitiera entender lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Nada. Gala describe que aquellos dos hombres asistían al espectáculo “dignos, erguidos, atentos y callados”. Cuenta que cuando todo el graderío bramaba, ninguno de sus maestros pintaba en sus rictus el más mínimo gesto. Que nunca sacaron un pañuelo para pedir una oreja ni se les escuchó una palabra. Se quejaba Gala de la imposibilidad de aprendizaje ante aquellas “esfinges” y el peligro que su falta de enseñanza comportaba, con la posibilidad de “confundir el griterío con la sabiduría” o la de “caer en la grosera estupidez de que quien paga, por solo eso, entiende”.
Estoy convencido que aquel niño, sentado en el añorado coso cordobés, aprendió de sus mayores una de las enseñanzas más difíciles de entender en la vida: la del respeto. Un niño sentado junto a su padre para aprender de la vida. Algo que se sabe que funciona, y por eso se quiere prohibir al grito de “¡los niños no son de los padres! (da igual lo que diga el art. 27.2 de la Constitución Española). Ahí esta la causa para prohibir la entrada de los niños a los toros. Gala lo intuyó y por eso contaba que había tres cosas que le gustaría no haber ido conociendo poco a poco desde niño, para encontrárselas de golpe y comprobar el efecto que le harían en su madurez. Esas tres cosas eran su Córdoba, el castellano de Santa Teresa y las corridas de toros. Y zanjaba su reflexión con dos preguntas que encerraban la respuesta: ¿Cómo puede opinar nadie con objetividad de algo que ya es sí mismo? ¿Cómo conseguir uno alejarse de su propia mirada?
«España es un hombre luchando contra un toro, y el día que deje de ser así, será porque España ha desaparecido»
Y Gala se mete a reflexionar sobre la cultura, como mejor herramienta para interpretar el pasado, conocer el presente y aventurar el futuro. Y la describe como una realidad popular: “La cultura andaluza no es burguesa, sino rabiosamente popular: procede desde abajo y desde dentro”. “La cultura, primero, es lo contrapuesto a los personalismos; los intelectuales no son sus protagonistas…”. Es un “contrapuesto a las imposiciones, a los señalamientos, a las consignas y a las directrices”. Todos los que sufrimos esta pasión taurina entendemos el completo significado de estas palabras y nos rebelamos frente a la cultura totalitaria impuesta de arriba a abajo, que lo único que pretende es construir sociedades homogéneas de consumo previsible.
Una cultura que ha definido a España antes de su propia existencia. Antonio Gala nos lo cuenta así “En España, desde las seculares tradiciones hasta su mismo contorno geográfico; desde sus virtudes raciales hasta el jocundo desgarro de su idioma, casi todo se halla, Troylo, en relación con los atributos y la figura del toro. No hay otro tótem que nos coja más de cerca. En su doble manera, culta o popular, casi todas nuestras creaciones están empapadas en este tema o en sus contigüidades”.
España es un hombre luchando contra un toro, y el día que deje de ser así, será porque España ha desaparecido, como ya aventuró el socialista Enrique Tierno Galván en su ensayo sobre la tauromaquia .
¿Y de dónde nace esa necesidad de lucha constante? El autor de El Manuscrito Carmesí nos vuelve a dar algunas claves de la forma de ser española, que se refleja tarde a tarde en los alberos del ruedo ibérico: “Si los españoles aparecemos ante ojos ajenos como incivilizados, o sangrientos, o rudos, no es por el hecho de la fiesta: es por la simple razón que lo somos. Más vergüenza nacional, muchísima más, producen otras cosas:… desde el terrorismo de ETA hasta el de la ultraderecha… Suprímase antes la guerra que llega, pendularmente, desde hace siglo y medio, a anegarnos de odio”.
«La única vida que merece ser vivida es la vitalista»
La España de eternas fronteras, batallas y descubrimientos han forjado el ser español como se ha forjado el toro de lidia en siglos de selección ganadera. Pero no es solo España, es la esencia del ser humano. Gala nos describe el alma humana -como quien no quiere la cosa-, al desvelarnos que la vida progresa entre dos raíles: “el qué más da” y el “estaría de Dios”, que en el fondo son manifestaciones de una misma certeza: la seguridad de que las riendas de la vida no se hallan en nuestras manos. De ahí nuestro estoicismo y aún nuestro fatalismo de un lado, y de otro nuestro gusto por el adorno, por lo festivo, por lo bello. Es el riesgo del toreo y la seda y el oro que lo enjoyan. Y nuestros toros (nos dice el poeta) son un procedimiento de enfrentar las cosas absolutas -el peligro y la muerte- con las rígidas reglas de un juego. No es solo ya la amenaza y el calor y el cansancio y el peso de las telas recamadas y el público exigente y el miedo y el riguroso canon de la lidia: además de todo eso, como decía Manolete, “aquí hay que estar bonito”.
“Creo que la felicidad y el dolor son los ápices de la vida; los trazos más vigorosos de su perfil; los contornos extremos de un dibujo, que el resto de los días… rellena y colorea”. De nuevo el pellizco del alma tras unas pocas líneas.
Así es la vida más vitalista, la única que merece ser vivida. Vida y muerte, los cómplices del tiempo en la eterna contradicción, “pero entremezclándose ambos símbolos de espíritu y materia, amándose, buscándose, dándose muerte, dándose victoria, dándose victoria en la muerte y viceversa. Es decir, con las contradicciones típicas -y tópicas- de lo más español… Acaso yo viese así -aterradora, enriqueciente, monstruosa, repugnante, obsesiva e hipnotizadora- mi primera corrida”.
Y Gala entendió la vida sentado en un tendido. El que no lo ha sentido nunca, jamás pensará volver a una plaza de toros. Pero es necesario una tarde, una sola tarde, para entenderlo todo y por siempre. Así nos lo escribe este cordobés de corazón al referirse al alma andaluza y sus contradicciones: “Inmortalizar lo efímero. La emoción estética obra como un buril, y graba en los sentidos y en el ánimo de los asistentes el pellizco que no va a volver jamás a repetirse: un quite, un jipío, el vuelo de una muleta, el mecerse de un palio, los dos dedos de una mano recogiendo la cola de una bata”.
«Creo que los antitaurinos ya se han cansado de nosotros. Nos dan por imposibles»
Antonio Gala plantea también el debate del animalismo y descubre sus costuras en pocas líneas: “Pero, sin las corridas, ni siquiera existiría el toro de lidia, creado y conservado y dirigido para ellas: un animal tan majestuoso en libertad —en la relativa libertad de los campos— como ningún otro. Por descontado que veo el espeso chorreón de su sangre y escucho su mugido. Pero también me estremecen el infinito balar de los corderos amontonados en las jaulas, camino de su muerte, carreteras alante. Y me estremece el atroz grito del cerdo en las matanzas, y el desorbitado terror de las terneras, y la candidez de los pavos navideños. El hombre mata y come (no creo que ni el comer sea excusa suficiente para matar); el hombre caza también por gusto. El hombre, en definitiva, forma parte de la naturaleza —él es naturaleza— y su ritmo o su arritmia ecológicos”.
Leo y veo en estos días la polémica sobre las macrogranjas de animales. La disputa no es si queremos/podemos carne más o menos cara y “bienestada”, es si queremos abolir la carne por el sucedáneo yanqui de laboratorio que dejará otra vez nuestros campos vacíos. Creo que los antitaurinos ya se han cansado de nosotros. Nos dan por imposibles. Hasta hace un minuto entendían que para acabar con el animal-alimento o el animal-herramienta era necesario previamente acabar con las corridas de toros, por lo que significan y representan en la pirámide animal. Se han cansado de esperar y directamente evitan la trinchera de la corrida de toros. Ahora van directamente a por las granjas. A los ganaderos se lo avisamos: ¡mientras estén entretenidos con nosotros, os dejarán en paz! Muchos no quisieron escuchar.
Antonio Gala remata la faena de este debate: “Porque es posible —¿verdad Troylo?— que para el toro de lidia —ancestral y mítico— sea su muerte menos incomprensible que para nosotros, cuidados y engordados para ser abatidos por una muerte sorda, sin nombre, indiferente y silenciosa. Más cruel, Troylo, cuanto más sorda e indiferente”.
Y este conflicto de “toros sí y toros no” es tan antiguo como las Columnas de Hércules. Los toros se quisieron prohibir incluso antes de su existencia. Lean lo que sobre el particular opinaba san Isidoro de Sevilla en sus Etimologías. No son los toros. Es nuestro carácter. Es acabar con este reducto de rebeldía eterna. El poeta criado entre estrechas calles de Córdoba nos lo cuenta: “Llega el buen tiempo aquí, y se desencadenan las corridas: la fiesta nacional o la vergüenza nacional, según se mire. Por aquí somos muy propensos a calificar un acontecimiento con motes antitéticos, de acuerdo con la gracia que nos haga. Y una plaza de toros —mitad sol, mitad sombra—, en donde se jalea la muerte con olés y con pasodobles, siempre fue un buen paisaje donde pintar España. En España hay una trinidad —el torero, el toro y la muerte— que querámoslo o no, nos significa. Por eso antes, Tobías, todos los niños españoles querían ser toreros, menos los mosquitas muertas, que querían ser obispos. A un niño solo lo ilusionan la exaltación y el valor y la gloria. Quizá ahora comiencen a querer ser cosmonautas o protésicos dentales: es otro estilo de representación. Un estilo que puede terminar en que un niño sueñe con ser oficinista. Sería una pena”.
«Antonio Gala nunca perdió la fe en el hombre que reflejan estas líneas»
Volvemos a los niños, a la más tierna juventud, para rematar este artículo. De nuevo Gala nos cuenta: “El torero es nuestra familiar y modesta versión de nuestro self-mademan, nuestra idea del superman, nuestra transposición —anterior en dos mil años— del héroe americano. Él personifica las aspiraciones de quienes no tienen aspiraciones casi. Él representa incluso a quienes no quieren ser representados”.
Ojalá, ojalá que todavía algún niño, algún joven, se desvele en las oscuras noches porque anhela ser torero. Alguno; como los toreros que forman parte año tras año del bolsín taurino con que la Juventud Taurina de la Carlota nos regala todas las primaveras. Para ellos, para los que este año participan en su bolsín, ¡mucha suerte!
Para vosotros estas últimas palabras del maestro Antonio Gala: “Tobías, tú no serás torero. Tus mitos son ya otros. Sin embargo, aún hay niños que desean serlo. Estudian en escuelas taurinas, maduros, traviesos a la vez, responsables e improvisadores, vivaces y con un runrún de abejorro rondándole la frente. Un abejorro negro que ellos espantan con la mano infantil que sostiene el capote y con el ansia que les sostiene el sueño. Son unos niños que saben mejor que otros lo que quieren, porque quieren lo que no saben: que vivir no consiste en evitar la muerte, sino en afirmarse y enriquecerse en la vida”.
P.D. Para escribir este artículo me acerqué varios días a la Fundación Antonio Gala de Córdoba. Paseé por su museo y descubrí en uno de sus rincones, junto a los cientos de bastones que atesora nuestro cordobés de adopción, un artículo de prensa. En él se hacía referencia a la entrega a Antonio Gala de un bastón que Manolete previamente había recogido de un enfervorizado aficionado mexicano, que se lo lanzó tras su aclamado éxito con el toro “Platino”. Me pareció un testigo mudo de esta taurología de Antonio Gala. Sinceramente, no sé si nuestro protagonista cambió de opinión sobre la fiesta de los toros con el paso del tiempo. Si es así, solo tengo dos sentimientos: respeto en la diversidad de opiniones y preocupación porque, quien ha acertado una vez al descubrir el futuro, puede hacerlo más veces. Sinceramente creo que existen argumentos en favor y en contra de las corridas de toros perfectamente válidos, y que será la sociedad, y no la retórica, la que definan el lugar de la fiesta de los toros. Si se pierde, perderemos todos. Pero más allá de cualquier opinión, lo aquí descrito es perfectamente válido y actual y sigue sirviendo de reflexión y argumento de opinión. Me gustaría pensar que, en cualquier caso, Antonio Gala nunca perdió la fe en el hombre que reflejan estas líneas. Palabras que ahora hago mías porque, al escribir, cedemos al lector la titularidad de nuestros pensamientos.
Antonio Rodríguez Castilla es Magistrado y Académico de la Real Academia de Córdoba. Este artículo se publicó en la primavera de 2022 en el boletín del Bolsín Taurino de la Carlota y lo reproducimos con el permiso de su autor.