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Tauromaquia, cultura y mundo árabe

Conferencia dictada el día 15 de junio de 2022 en el Encuentro Taurino Hispano-Arabe, organizado por el Excmo. Ayuntamiento de Boadilla del Monte.


Es para mí un placer y un honor tener la oportunidad de intervenir en este encuentro taurino hispano árabe, y homenaje al torero El Palestino, en representación de la Fundación Toro de Lidia, que es la institución que tiene como misión la defensa y promoción de la Tauromaquia, y también del Instituto Juan Belmonte, que pertenece a la propia fundación, y es, podríamos decir, su columna cultural.

Y es un placer comparecer para hablar de algo que a muchísimas personas, en España y fuera de ella, nos atrae, nos emociona y forma parte esencial de nuestra vidas: la tauromaquia, la fiesta de los toros.

Se ha dicho que las corridas de toros y espectáculos similares son cultura, que forman parte del patrimonio cultural común. Y se ha dicho también que la tauromaquia es un complejo fenómeno histórico, cultural, social, artístico, económico y empresarial y que tiene una indudable presencia en la realidad social española.

Todas estas anteriores palabras no son mías, aunque desde luego coincida con ellas, quien así se expresa es nada menos que el Tribunal Constitucional Español en una sentencia. Severos juristas del alto tribunal, muchos de ellos alejados completamente del mundo del toro, proclaman, en el más solemne de sus documentos, una sentencia judicial, que la fiesta de los toros es arte y es cultura, y que en cierto modo nos define, no solo dentro de nuestro país, sino, y especialmente, fuera de España, en el mundo entero.

Tradicionalmente el toro ha sido un icono asociado a España, por no decir “el” icono. Las corridas de toros representaban la fuerza y la pasión que los extranjeros atribuían a nuestro país. Es un signo de lo español allende nuestras fronteras.

Y, como curiosidad, quiero recordar ahora la corrida de toros que se celebró nada menos que en Beirut, la capital del Líbano, en 1961, ante la extraordinaria cifra de 60000 espectadores, siendo los lidiadores Julio Aparicio, Mondeño, el torero que luego fue fraile, y Juan Bienvenida, el más joven de la dinastía Bienvenida.

Siempre relacionados el toro y España. El toro representado como animal poderoso, cuando era una noticia positiva sobre España, o como animal doliente, cuando se explicaban por ejemplo las consecuencias de alguna crisis económica que nos afectaba. Y cuántas veces vemos que a los españoles que triunfan en alguna parte del mundo, para expresar la admiración que provocan se les llama toreros.

Soy usuario activo de las redes sociales, y en concreto de twitter. Y el día 21 de mayo publiqué un tuit que decía lo siguiente: Cómo será de difícil y sacrificado torear, que, cuando un matador triunfa, lo que se le grita es el nombre de su profesión, sin necesidad de adjetivos: ¡torero!

Sirvan estas palabras para unirme de manera muy humilde al homenaje que hoy se efectúa a Said Kazak, El Palestino, único torero árabe de la historia. Torero se llega a ser, quien lo llega a ser, y ya nunca se deja de serlo, porque es imposible. Enhorabuena, maestro, y gracias, torero.

Dos ejemplos muy recientes y significativos del carácter icónico de las figuras del toro y del torero:

Rafa Nadal, nuestro extraordinario tenista, deportista con enormes valores profesionales y humanos, ha adoptado como su logo identificador el de la cabeza de un toro.

Y en el Real Madrid, flamante vencedor de la Liga de Campeones, en heroicas y agonísticas eliminatorias ante los más poderosos clubes de fútbol de Europa. En la fiesta de celebración, uno de sus jugadores tomó un capote taurino y toreó en medio del estadio Santiago Bernabéu y a la vista de decenas de miles de seguidores, lo que resultó altamente simbólico, puesto que el Real Madrid había tenido que lidiar con los enemigos más bravos y peligrosos, y los había conseguido, finalmente, dominar y vencer.

La tauromaquia es cultura, porque la cultura supone la existencia de un universo simbólico vivo y compartido por un pueblo, somos muchos los que compartimos aquí y ahora ese universo simbólico de lo taurino, ese sentimiento.

Pero hay más. Como dice uno de los filósofos españoles contemporáneos más importantes, la cultura es imagen del mundo e interpretación del mundo.

Cada uno de nosotros vemos el mundo a través de nuestra propia cultura. De modo que, aunque se enfrenten a la misma realidad, un español y un japonés la comprenden de manera diferente, porque lo hacen a través de sus propias lentes culturales.

La Fiesta de los Toros, la tauromaquia, como hecho cultural que es, supone por tanto una forma de comprender no solamente los propios eventos taurinos, sino, en general, el mundo en el que vivimos. Una forma profunda de entender la vida y la muerte, con toda su crudeza y su verdad.

Cuando un futbolista dice “Voy a dar la vida en el partido de vuelta, como los aficionados se dejan la vida animándonos” (es una frase realmente pronunciada), está hablando en sentido figurado, emocional pero metafórico, ni él ni los aficionados están arriesgando nada.

Por el contrario, cuando un torero proclama: “torearé más rápido o más despacio, pero puedo asegurar que me voy a jugar la vida” (también es una frase real) está hablando sin metáforas ni adornos, es efectivamente su vida la que pone voluntariamente en juego. Y a veces la pierde.

Al fallecer el torero Iván Fandiño como consecuencia de una cogida sufrida en una plaza francesa, escribí en el diario El Mundo un artículo, a modo de obituario, que titulé Ivan Fandiño, de mortal y rosa, del que extraigo lo  siguiente:

La muerte de un torero es un hecho singular, un acontecimiento trágico, indeseado pero no exactamente inesperado, y que nos interpela a todos, taurinos o no. Nos mira a los ojos y nos fuerza a adoptar algún tipo de postura frente a ella. En el imperio de los subjetivismos, los relativismos, las medias verdades, las medias mentiras o las mentiras completas, son un raro asidero las verdades profundas e incontestables. En la tauromaquia reside una de esas verdades: cuando se inicia el rito ceremonial que es una corrida de toros, los toreros que hacen el paseíllo están ofreciendo su integridad física, y su vida, en ese rito. En bastantes ocasiones, el tributo se cobra en forma de heridas. En alguna, el Dios del Toro, sea cual sea para cada uno de los creyentes en la tauromaquia, exige el máximo sacrificio y la vida del oficiante. El planeta de los toros, tan necesitado de crítica y evolución en muchos aspectos, irradia sin embargo verdad desde su núcleo. La ofrenda de los toreros es real, las heridas son reales, la muerte es real. Es la vida, cruda y hermosa, servida en un círculo de arena.

No está claro de qué modo llega a España esta cultura del rito, de la vida y la muerte y de la verdad radical que es la tauromaquia, hasta convertirla en una de las señas de identidad de nuestro país. En un trabajo de investigación publicado en la Revista de Estudios Taurinos, adscrita a la Real Maestranza de Sevilla, se recogen textos del siglo XIX que especulan con su posible origen árabe:

Por simple analogía con los juegos circenses romanos suele inferirse que fue Roma quien introdujo la afición por el toreo. No obstante, esta afición traspasó las épocas oscuras de los pueblos bárbaros hasta que los árabes la reinventaron:

Los árabes volvieron á introducir la afición al circo, si bien cambiando la forma de diversión, y en lugar de las luchas de gladiadores y de fieras como acostumbraban los romanos, pusiéronse en práctica las lidias de toros, en las que ejercitaban su pujanza los primeros hombres de la nobleza musulmana.

Nada puede probarse, por falta de documentos suficientes, pero sí es cierto que la posición oficial de la Iglesia respecto a las corridas de toros, durante un tiempo, fue contraria a su sola existencia al tenerlas por un resto del paganismo antiguo, fuese de origen romano o árabe.

Y abundando en esta posibilidad, leemos también que esa identificación entre juegos de toros y población islámica fue lo que hizo, según otro estudioso, que los Reyes Católicos incluso optaran por anular de hecho aquellos divertimentos, dando preferencia a las justas y torneos.

Incluso, recientemente, un escritor de novelas históricas escribió un artículo titulado, El combate de fieras en Al Ándalus, origen de la tauromaquia: Ibn al Jatib, embajador granadino en la corte de un sultán magrebí, refiere el combate entre un toro y un león, que se saldó con la muerte del segundo. Más tarde este tipo de peleas se imitarían en Granada, pero enfrentando a un toro con varios perros y luego entraban jinetes armados con picas. El propio soberano granadino, Muhammad V, era aficionado a presenciar estas luchas e incluso intervenía en ellas. Las imágenes que describen los cronistas nos resultan familiares y muchos historiadores ven en ellas el origen de las actuales corridas de toros.

Y, volviendo a la corrida de toros celebrada en Beirut en 1961 que antes les comenté, es curioso cómo en las crónicas de la época se puede leer que el presidente del Gobierno libanés Saeb Salam,  invitó a café, en su residencia particular, a los toreros y les participó su complacencia porque la fiesta de los toros volviera, al cabo de los siglos, ¡a su origen!. Y es que la Tauromaquia, desde los albores de la historia, ha sido siempre profundamente mediterránea, el mar cultural por excelencia, aunque ahora esté localizada en la península ibérica.

Hemos visto por tanto que la cultura del toro es antigua, de orígenes inciertos, es ritual porque se basa en una ceremonia precisa y compleja, se asienta en el respeto a un animal mítico, el antiguo uro y actual toro, y nos ofrece una imagen y una interpretación del mundo. Por todo ello, tiene un gran valor, como lo tienen muchísimas otras culturas a lo largo de todo el planeta.

Pues bien, en estos momentos existe un peligro amenazante no solamente para la tauromaquia sino para tantas culturas diferentes, como es el de la globalización económica, impulsada por entidades de un tamaño e influencia gigantescos, inimaginables hace apenas unas décadas.

Esta globalización trae consigo el consumismo, y para lograr que ese consumismo sea lo más eficaz posible, las culturas diferentes, con profundidad, con ritos propios, con visión del mundo, son un obstáculo. Porque de lo que se trata es que un consumidor de Madrid quiera lo mismo, sienta lo mismo y se explique el mundo de la misma y superficial manera que una consumidora de Australia.

Por eso, entre otras cosas es tan importante defender la tauromaquia y otras culturas, porque frente a la superficialidad del consumo rápido, te ofrecen profundidad; frente a la banalidad, te dan un sentido de la vida; y frente a la pantalla del móvil inerte, inodora e insensible, te ponen de cara a la vida, y a la muerte como parte de la vida.

En el discurso que hizo en el Senado español Victorino Martín, propietario de la mítica ganadería y presidente de la FTL, afirmó que la tauromaquia es el regalo cultural de España a la Humanidad. Otras culturas, como la árabe, tienen otros regalos. Y por ello debemos empeñarnos en defenderlas todas frente al vacío abismo del consumismo salvaje.

Los seres humanos, para ser plenos, necesitamos cultura, raíces y  símbolos.

Y también necesitamos arte.

Y hablando de arte, ha habido algún poeta árabe que ha cantado a los toros, como el sirio Nizar Qabbani, entre otros en este poema:

«España…

Ligeros abanicos que peinan a la brisa,

y ojos negros, profundos, sin principio ni fin.

Un sombrero arrojado ante un balcón,

y una rosa fragante que llama a un caballero andaluz que juega con la muerte.

Y que sólo posee una espada,

y orgullo»

Quiero finalizar mi intervención con unas palabras de hermandad entre los pueblos árabe y español, que no son mías, sino del escritor egipcio Yusuf Idris, que en su momento publicó incluso una novela taurina, llamada Hombres y Toros, y que fue candidato al Premio Nobel.

Idris escribió esto de los españoles: «Son el pueblo más delicado, violento, conquistador, valiente, sabio y frenético de los pueblos del mundo. Es como si fuéramos, nosotros los árabes, como los españoles, y ellos, como nosotros”

Que así sea, y lo sea cada vez más.

Muchas gracias


Fernando Gomá es el Presidente del Instituto Juan Belmonte y el vicepresidente de la Fundación Toro de Lidia.

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