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Las Águilas, la obra que más se acerca a la gran novela del toreo

El toreo, la actividad artística y popular que ha recorrido la historia de la España moderna y contemporánea creando héroes, generando pasiones, que ha sido dichosamente exportado al sur de Francia, hermanado con la tauromaquia propia de Portugal y arraigado en media docena de países de América, inagotable fuente de controversias sociales y espectáculo favorito en España durante los últimos 200 años, ha generado abundantes crónicas periodísticas, fecundas tauromaquias, enjundiosos ensayos y copiosa literatura, pero no tiene una novela de referencia que entronque el toreo con la gran literatura.

La gran novela del toreo está por escribir. Esa novela que sea capaz de recoger los amplios y variados registros del mundo de los toros donde tienen cabida los sueños, la ambición, la heroicidad, la admiración, el triunfo difícil, el fracaso previsible y tantos otros componentes del toreo, y que además sea capaz de explicar no solo el toreo, sino la sociedad a través suyo, es una aspiración que resulta difícil de alcanzar. Una novela que retrate las pasiones de sus protagonistas que también retraten a la sociedad, sea a través de la ambición, del relato gozoso de la gloria o de la triste mediocridad, que no abandone la pulsión de la creación y destrucción de los sueños, que sosiegue la desmesura, tan tentadora cuando sobre el argumento están permanentemente sobrevolando el triunfo y la muerte y, lo que no es un dato menor, que utilice con propiedad el rico vocabulario propio de la fiesta y tan arraigado en los usos sociales.

Entre todas las candidatas parece que Las Águilas (de la vida del torero)es la que más se aproxima a ese título honorífico, tanto por la calidad de su escritura y lo ambicioso de su relato como por proponer un esquema de gloria y dolor, que alejado del relato arquetípico del héroe, busca entender las motivaciones del chaval que busca salir o sobresalir en la sociedad, que tiene unas costuras tan justas para quienes nutren los estratos sociales menos favorecidos. 

El toreo es grandeza, según la feliz expresión de Joaquín Vidal2 y el torero es un héroe evidente, pero en la historia del toreo hay muchos caminos que no conducen a la gloria, sino a una vía muerta donde se estrellan las ilusiones, donde espera el dolor e incluso la muerte. Uno de estos caminos sin salida es el que explora el periodista, dramaturgo y escritor José López Pinillos, Parmeno. Aunque toda su restante obra narrativa y su actitud ideológica podrían situarle en el lado de los detractores de la fiesta de toros, su novela rezuma conocimiento del mundillo taurino de su época, lo que quizá le hace que a pesar de su estilo tremendista e incluso esperpéntico, diríase llamado a desacreditar el mundo taurino, no evita un tratamiento respetuoso y amable de los toreros, tanto del protagonista como de sus compañeros de cuadrilla y profesión3.

Fuera de la narrativa taurina romántica que ensalza al héroe y se inscribe en una descripción de la sociedad más tradicional, Parmeno rompe con esa práctica que analiza Andrés Amorós en Los toros en la literatura: «En el tema taurino parece predominar un tratamiento tradicional, externo, atento sobre todo a los elementos pintorescos. ¿Por qué? Sin duda, la fuerza plástica del espectáculo es tan grande y su cercanía a maneras de pensar tradicionales, tan habitual, que ha resultado difícil sustraerse a esta doble tentación4». 

Poseedor de una prosa que reúne una expresividad punzante y, por momentos algo agresiva, una facilidad para describir tipos populares sin caer en el arquetipo y la singularidad de escribir con la transcripción fonética del habla popular, Parmeno arma una novela en la que muestra el singular mundo del toro enraizado como una parte de la sociedad. Aunque se puede entender como movido de un afán de realizar una crítica descalificadora del mundo del toreo como afirma Rafael Cansinos-Assens: «La trágica fiesta taurina, reducida a la simplicidad inquietante de un suplicio sin belleza, de un riesgo corrido por hombres no heroicos ni apasionados de un arte, sino apremiados de la necesidad5.» La novela, sin embargo, tiene la fuerza de mostrar esa parte singular del mundo con sus costumbres, sus relaciones, sus disparates, sus males, sus jerarquías, su aprendizaje, sus incertidumbres, sus anhelos. Una parte de una sociedad desfavorecida que busca en el mundo del toro, la puerta a la gloria que consiste en palabras de Jaquimiya, amigo y banderillero del protagonista: «Y no se piensa en er dinero sino en las parmas, y en vivir uno como un señó, y en tené las manos finas, y en dir lujoso, yebando uno tos los días la ropa der domingo, y en que lo miren a uno y en que lo saquen retratao, y en que las mujeres no se pongan moños con uno».

Esta perspectiva de mostrar una realidad despiadada no le convence a José Mª de Cossío, quien afirma que «La mayor virtud de la novela consiste en el lenguaje» pues: «El ambiente de Las águilas está en una deformación de lo popular y flamenco hacia el lado de la caricatura unas veces, y otras de la patentización de lo que la matonería y el flamenquismo tienen de repelente y hasta de monstruoso (…) La historia es cruda y triste y el final con el suicidio del torero inválido es francamente desconsolador y pesimista6.» 

Parmeno, pseudónimo que utilizó en el periódico El Heraldo de Madrid José López Pinillos, escribió en la transición del siglo XIX al XX, con una perspectiva que permite incluirle en la corriente realista, regeneracionista y socializante de la época. Realiza vívidas descripciones de la sociedad y sus personajes a los que contribuye a retratar y fijar su posición social con su transcripción fonética, que señala la posición social de los personajes con la respectiva lejanía del lenguaje culto. 

Las Águilas es la obra más conocida del autor, quien escribió novelas y cuentos además de obras de teatro dramáticas7. Redactor y director de El Heraldo de Bilbao, fue a Madrid donde colaboró en El Liberal El Heraldo donde sobresalió con sus entrevistas y popularizó su pseudónimo de Parmeno. La novela, que transcurre en Sevilla, está escrita con un tinte localista, remachado por la transcripción fonética de una supuesta habla andaluza o más concretamente sevillana y describe con crudeza una realidad difícil de entender desde la perspectiva actual, pues no habla de las grandes pasiones que sobreviven a las épocas, sino de las realidades concretas, unas realidades que en ocasiones resultan tan extrañas a nuestra sensibilidad como lo era el toreo de principios del siglo XX.

Para ayudarnos a entender la Sevilla de 1910, el año anterior a la publicación de la novela allí ubicada, tenemos el censo histórico, de cuyo extracto podemos ver que tenía una población de unos 600.000 habitantes, exactamente 597.031. Los datos concretos y desglosados aparecen en el Censo de Sevilla 1910 del INE (Instituto Nacional de Estadística)8 pero para los efectos de este trabajo se puede decir que, en cantidades aproximadas, el 70% de la población vivía de las labores agrícolas y ganaderas como agricultor o jornalero, el 20% eran familias de trabajadores industriales, de la construcción o transporte y empleados; el 10% restante era una exigua clase media formada por funcionarios civiles, militares o eclesiásticos, pequeños propietarios, profesionales liberales y rentistas y los sectores pudientes de grandes propietarios, terratenientes y dirigentes políticos y económicos. En definitiva las condiciones de vida cercanas a la mera subsistencia afectaban al 90% de la población, que tiene su descripción en el colorista y exhaustivo inventario del público de la plaza de toros que hace Parmeno: «En los tendidos de sombra apretábanse los señoritos bullangueros, los dependientes de las tiendas de lujo, los rentistas humildes, los menestrales bien acomodados, los golillas, los estudiantes, los burgueses, los ricachos de pueblo, los corredores, los cómicos, los almacenistas… En el centro (gradas de sombra. Nota del Editor) reuníanse los aristócratas, los señores pacíficos, los «aficionados» que compartían la diversión con sus mujeres, los tahúres ricos, los ganaderos, los papás que cargaban con la chiquillería, los extranjeros, los catedráticos, las pelanduscas de fama… Congregábanse en el «sol alto» los estudiantillos pobres, los miembros de «la afición» que preocupábanse de conservar sin mácula sus trajes domingueros, los enemigos de discutir con criaturas que se fueran a las manos, los profesionales de la tauromaquia que disponían de cortos posibles, los artesanos de gustos patricios… Y, por fin, en el tendido de sol sentaban sus reales los partidarios de rematar las disputas a golpes, los que disfrutaban con el estrépito, (…) la pobretería (…) y la temible morralla (…)»9.

En esta sociedad de escasos recursos, fuertemente estamental y de dificultosa movilidad social, el protagonista no es un héroe triunfador, como correspondería a una novelística idealista o romántica, sino un hombre que no consigue torcer el brazo al destino y muestra en su recorrido vital la otra historia de los toros. La del fracaso, la muerte, las ansas incumplidas de utilizar un ascensor social en el que el combustible es la propia vida. Una historia tan real o más que la de los grandes triunfadores que, sin obviar el dolor, consiguen el halago del público, cuentan con la admiración de la sociedad y consiguen ver reflejadas sus hazañas en el papel impreso y se hacen un hueco para el recuerdo en la posteridad.

La cruenta historia que describe tiene su correlato en la realidad de la época. Los espectáculos taurinos eran cruentos, la sangre de toros, caballos y, en ocasiones, toreros, era asumida como inevitable parte del espectáculo. Formaba parte de una sociedad donde la violencia era menos extraña en las relaciones sociales que actualmente y donde los resultados de esa violencia en lesiones, heridas e incluso la muerte eran entendidas, aunque no fueran aceptadas, como parte ineludible de la vida. 

El proceso de aprendizaje de la mayoría de aquellos que buscaban sobresalir en el mundo taurino era costoso, pues no estaba reglado. Lejos de las modernas escuelas de tauromaquia surgidas en los años 70 del siglo XX, objeto de tantas críticas y controversias, lo habitual, salvo en el caso de aquellos toreros de dinastía que recibían los conocimientos de sus mayores, pasaba por destacar en las violentas capeas pueblerinas, que llenaban el oficio de vicios y el cuerpo de golpes e incluso cornadas. Las escasas tientas en ganaderías estaban reservadas para quienes tenían un padrino del mundillo y si no invitaciones, al menos alcanzaban a conocer cuando se realizaban para acercar a encaramarse a la tapia de la placita ganadera. Difícil formación llena de riesgos cuando «con dos años de lecciones taurinas, torearían hasta los micos» señala el desesperanzado El Niño, compañero de taller de Josele, el protagonista.

Para poner en contexto la presencia de la tragedia presente en el mundo de los toros podemos ver un listado de las muertes habidas en los ruedos en los años anteriores a la publicación de la novela en 1911. He tomado en consideración las muertes acaecidas por cornadas de toros inmediatas desde el año 1900 hasta 1910. En los 11 años relacionados, solamente en España murieron 5 matadores de toros10,12 novilleros, 17 banderilleros, 5 picadores, 1 vaquero y hasta un carpintero de la plaza de toros de Cartagena. Si sumamos los muertos en México y otros países, gran parte de ellos españoles que habían ido a torear fuera, tenemos que en México murieron en ese mismo periodo de 11 años, 4 matadores de toros, uno de ellos el célebre Antonio Montes11, 2 novilleros, 6 banderilleros, 2 picadores y 3 vaqueros; a esta lista habría que añadir 2 novilleros muertos en Francia y Argelia, 4 banderilleros muertos en distintos países americanos (Colombia, Perú, Brasil y Paraguay) y para cerrar la lista un caballero rejoneador en la plaza de Campo Pequeno de Lisboa, en presencia de los mismos reyes de Portugal12

65 muertes en 11 años, sin contar aquellos que murieron tiempo después debido a secuelas de cogidas, ni a los que quedaron impedidos o mutilados debido a cornadas u otros avatares de la lidia, ni, por supuesto, a aquellos que murieron en espectáculos y fiestas populares informales. Esta es la dura realidad del toreo en ese momento, en la que se entremezclan la dificultad del aprendizaje en las aciagas capeas y las ilusiones desbordadas cuando se trata de sobresalir en una sociedad con escasas posibilidades de promoción social. Los personajes de la novela son conscientes de dicha realidad y así lo dicen en una de las primeras descripciones del toreo que, el curtido maletilla y compañero de taller, El Niño le hace al protagonista Josele: «por la tragedia viene el parné», que resulta ser premonitorio tras el primer triunfo del protagonista.

Debido a ese riesgo el torero es un héroe popular, que cuenta con la admiración de sus vecinos cuando tiene sus primeros triunfos y con el respeto social si llega a ser una figura y es un auténtico fenómeno de masas de la época si es un torero excepcional. El mismo año de publicación de Las águilas, tuvo lugar la presentación de Joselito El Gallo en Sevilla el 25 y 26 de julio, en las novilladas llamadas de La Velá, agotó el papel, y para financiar tanto entusiasmo «se registraron entre los empeñados en el Monte de Piedad y las casas de préstamos más de 800 relojes» según un recorte de prensa de la época referido por Ángel Sánchez Carrillejo13.

Esta realidad de dolor y gloria, contada de manera descarnada por Parmeno, recorre el duro proceso de aprendizaje, las ilusiones del comienzo, el primer triunfo sofocado por la tremenda cogida siempre acechante en los toros, la posterior reflexión, la aparición de la muerte cercana y tras detenerse en la venganza a quienes se aprovecharon de su debilidad y en la aparición del amor, pasiones vitales que retratan al personaje y su época, describe la entrada en el grupo de los elegidos y el brusco manotazo del destino que le lleva a preferir la muerte a la invalidez. Un relato lineal en el que aparece una larga galería de personajes, familia, amigos, mujeres, vecinos, cuadrilla, seguidores, antagonistas, que completan la personalidad del torero y muestran el ambiente social en el que se desarrollaba ese mundo. Aparecen personajes y relatos pintorescos que dan color a la narración en la que Parmeno maneja con soltura los diálogos. El amor no aparece como motor del relato, deteniéndose breve y mostrenco en la consabida figura de la bailaora que se convierte en su amante y en la vecina con la que se unirá en una breve pareja después de achares adolescentes. El brutal ganadero Luis Regueral no amerita ser un retrato de sus homólogos, sino un ejemplo de la capacidad del autor para crear relatos descarnados, tal como la corrida en una ciudad del norte bautizada como Selvática que más parece un ajuste de cuentas personales con una ciudad como Pamplona, que un relato que dé coherencia al conjunto.

Se complace Parmeno en usar un lenguaje duro, hosco, esperpéntico incluso, con el que también se recrea describiendo a los personajes sin compasión: 

Ratón: «Parecían haber crecido las tres nobles cicatrices que daban fiereza y majestad a su rostro, a costa de la nariz, recogidita como una avellana, de los carrillos, flácidos y del pescuezo tan desprovisto de carne y de tan horrenda e increíble estrechez…».

«Cachirulo, el fornido picador, era feo de sobra, feo sin compostura, feo sin remisión, feo con propina y colmo, total y definitivamente feo.»

Lasarte, padre del protagonista: «tenía un labio remellado y un lobanillo en el cogote y miraba cerrando el ojo izquierdo.»

Esta mirada descarnada y cruel con sus personajes forma parte de su estilo, así en un cuento de inspiración taurina, El chiquito de los quiebros describe al protagonista Urrengochea: «No había en Vizcaya un varón tan caprichosa y arbitrariamente formado como él. En su cabezota enorme vegetaban unos pelos grifos, ralos y amarillentos; en su rostro de gárgola abríase una boca torcida y sin labios, parpadeaban dos ojos blanquecinos y sin luz, y arrebolábase una crasa nariz.»

Juan El Pampero en el cuento La sangre de Cristo: «Era el bruto más bruto del mundo, y no toleraba que nadie le disputase la hegemonía de la estupidez. Bajo, anchísimo, velludo, con sus mejillas que, hinchadas junto a los ojos, adelgazábanse en una rápida huida hacia la nuca, sus grandes orejas, sus patas cortas y su pestorejo bovino, parecía un irracional que hablase, un mico gigantesco con figura humana.»

No es, desde luego, el narrador compasivo con sus personajes, de quienes se entretiene en mostrar sus defectos con más salero que sus virtudes. Recorre la novela la fealdad, la incultura, el dolor, la ignorancia, el afán por sobrevivir con el menor esfuerzo. La facilidad de los personajes de la novela para recoger el desprecio o la ignorancia de sus pares, domina a las relaciones de solidaridad entre los desfavorecidos. Reparte una mirada desesperanzada sobre las personas y expresa la dificultad de abrirse camino en este «oficio de glorias eventuales y seguros daños» que es el más sencillo resumen de la estructura de la narración.

Más que una gran novela, es un vivo relato de una época, que añade la descripción de una sociedad al relato épico de la llamada «Edad de oro del toreo»14 que justamente se iniciará el año siguiente con la alternativa de José Gómez Ortega «Gallito» en 1912. Mientras que las crónicas de la edad de oro hablan del aprecio social de Joselito y Belmonte, de los cambios introducidos en el arte de torear, de las plazas monumentales concebidas para abaratar los precios y dar acceso a la plaza a los sectores sociales más desfavorecidos para que puedan disfrutar del espectáculo favorito de la sociedad de la época, del interés de los intelectuales por el toreo, en fin de un espectáculo que se extiende por la sociedad que trata como héroes a sus protagonistas y que los colma de fama y dinero, pesetas y palmadas en el subtítulo del libro de entrevistas Lo que confiesan los toreros y se centra en el dolor, las ilusiones incumplidas, la dureza del oficio y la muerte acechante, cogidas y palos en dicho subtítulo15

Esta desmesura expresiva que vemos en la descripción de los personajes que es extensible al de los ambientes sociales donde se mueven los mismos es adecuada al ambiente que desea crear, el de una sociedad cerrada, inamovible que significa un lastre para aquel que busca entrar en las zonas de privilegio.

Dentro de esta sociedad, el mundo de los toros, al que no parecería excesivamente proclive Parmeno, encuentra un filón que le brinda al autor un marco en el que se mueven bien personajes caricaturescos, pero a los que dota de cierto espesor literario, de un ambiente donde la violencia está latente y donde destacan los temas que conforman el subtítulo de su recopilación de entrevistas taurinas. Pesetas, palmadas, cogidas y palos. Los dos primeros serían lo que buscan y los dos segundos lo que les espera agazapado en su búsqueda.

La idea aristotélica de que es preferible la amistad a la justicia, el afecto al interés, no parece ser del gusto de Parmeno, quien elige hablarnos de los sinsabores, los problemas y el dolor, mejor que de un personaje que alcanza a sobreponerse a un destino trágico. Prefiere ilustrarnos acerca de que el atajo social que la gloria proporciona es una falsa ilusión y con esta falta de compasión hacia el duro mundo de los toreros, compone una novela que si bien no es la gran novela del toreo, sí es un retrato estimable, colorista, vivo, de un mundo que apenas trasciende al público más que en su versión de gloria y triunfo, pero que dicha gloria está edificada sobre las ilusiones frustradas de muchos que transitan un camino empedrado de fracasos, dolor y muerte. Camino que hoy, tan distinto el toreo y la sociedad a la de hace cien años, está pavimentado de los mismos materiales, aunque la muerte no esté tan presente, ni la gloria tenga la misma repercusión.

1. Las águilas. De la vida del torero, fue publicada en la Editorial Renacimiento. Madrid 1911. Reeditada por Alianza Editorial Madrid 1967, por Turner Madrid 1991 y por Calambur Madrid 1991 

2. El toreo es grandeza. Joaquín Vidal. Turner. Madrid 1994

3. Alberto González Troyano en el prólogo a la edición de Turner 1991.

4. Andrés Amorós. Los toros en la literatura. Ensayo, novela, teatro y poesía. Los toros. Tomo VII. Espasa Calpe. Madrid 1995

5. Rafael Cansinos-Assens La nueva literatura IV La evolución de la novela (1917-1927). Páez. Madrid 1927. Citado por Alberto González Troyano en El torero héroe literario. Espasa Calpe. Madrid 1988.

6. José Mª de Cossío. Los toros en la novela. Los toros. Tomo II. Espasa Calpe. Madrid 1985.

7. En la entrada de Wikipedia correspondiente a José López Pinillos se hace una detallada descripción de la biografía y obra del personaje, en la que se ningunea la importancia de sus escritos taurinos. Se omite la reedición de Lo que confiesan los toreros. Turner. Madrid 1987 y 1994 (2ª edición). También de La sangre de Cristo, recopilación de novelas cortas. Laia. Barcelona 1974, y se excluye la existencia de uno de los relatos de tema taurino incluidos en ella titulado precisamente El chiquito de los quiebros, ambientada en Vizcaya. Publicada originalmente en Los contemporáneos nº 196. Madrid 1912. El error, sin duda es debido al actual sectarismo social hacia la corrida de toros, que incluye el intento de negar su historia. La novela corta titulada La sangre de Cristo, está incluida en la recopilación de relatos del mismo nombre publicados entre 1907 y 1916. Laia. Barcelona 1974. Reedición de la original en Pérez de Villavicencio Madrid 1907 y reeditada en La novela corta Madrid 1920.

8. Instituto Nacional de Estadística INE. Censo de la población de 1910. Sevilla. Tomo IV.

9. Antes de la implantación del peto de los caballos, la valoración de las localidades era distinta de la actual, siendo la más valorada la grada, más lejana a los olores y salpicaduras inevitables de la suerte de varas.

10. Los matadores de toros que murieron en España fueron Domingo del Campo «Dominguín», Faustino Posada, Hilario González Delgado «Serranito», José Gallego «Pepete III» y Rafael Molina «Lagartijo chico».

11. Los matadores de toros que murieron en México fueron Manuel Sánchez «Sevillanito», Antonio Montes, José Marrero «Cheche de la Habana» y Manuel Corzo «Corcito».

12. La lista está sacada de la documentada página web Los toros dan y quitan, editada por el Ingeniero Leopoldo Peña del Bosque

13. Tomado del post en X (antes Twitter) de El Pasmo (Ángel Sánchez Carrillejo) quien lo ha extraído de los Apuntes de una biografía de Joselito de Felipe Sassone del semanario El Ruedo. Madrid 1945.

14. Sobre la edad de oro del toreo, ver: El público en la edad de oro del toreo, por Pepe El Largo, en el blog Festivales de España

15. Lo que confiesan los toreros. Pesetas, palmadas, cogidas y palos. Recopilación de entrevistas a toreros: Turner. Madrid 1987 y 1994. Reediciones de la original de Renacimiento Madrid 1917.

Madrid, 30 de septiembre de 2023

Andrés de Miguel

Sociólogo, escritor y crítico taurino

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