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domingo, abril 27, 2025

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Juan Belmonte. Matador de toros

No es necesario buscar pretextos para abordar la figura de Juan Belmonte, máxime si se realiza desde una tribuna que tuvo el acierto de adoptar su nombre para reflexionar, desde la tauromaquia, sobre cuestiones universales como derechos y libertades, convivencia y cultura. No obstante, sirva como excusa que este año 2025 pasa a dominio público el catálogo completo de obras de Manuel Chaves Nogales, autor de la célebre biografía novelada del torero trianero, por lo que supongo que se van a multiplicar las ya numerosas ediciones de sus obras.

Chaves Nogales es un caso singular en las letras españolas. Reivindicado en la actualidad como un ejemplo de la denominada “tercera España” (“De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros.” Prólogo de A sangre y fuego) puede decirse que durante mucho tiempo fue considerado como lo que en la música popular se conoce como un one-hit wonder, un autor de un único éxito, pero de enorme popularidad, puesto que su obra Juan Belmonte, matador de toros, editada y reeditada en la colección de bolsillo de Alianza Editorial trascendió con creces el ámbito meramente taurino.

El tiempo, en esta ocasión, ha hecho justicia al escritor, puesto que es uno de esos raros ejemplos en los que toda la obra que se ha ido divulgando raya a gran altura: la citada A sangre y fuegoLa vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja o El maestro Juan Martínez que estaba allí, recientemente estrenada con gran éxito, en diciembre de 2024, como monólogo teatral, protagonizado por Miguel Rellán en el Teatro de La Abadía de Madrid…

En todo caso, Juan Belmonte, matador de toros es una obra maestra en su género, que tiene la rara virtud de algunas obras, tocadas por la varita mágica (Cien años de soledadEl guardián entre el centenoRayuela…) de aunar calidad literaria con un enorme éxito popular. No en vano, en una encuesta desarrollada por esta misma plataforma, fue elegido como el mejor libro taurino de la historia https://institutojuanbelmonte.com/estos-son-los-10-mejores-libros-taurinos-de-la-historia

La obra ofrece un recorrido por la trayectoria personal y profesional del torero, desde su infancia en Triana hasta su retirada de los ruedos en 1935, narrada en primera persona, simulando la voz misma de Belmonte. Este recurso literario, empleado con enorme soltura por el escritor, nos muestra, a través de los ojos del torero, un vivísimo fresco social de la España de principios del siglo pasado, y nos permite acceder, directamente, sin filtros aparentes, a las reflexiones y sentencias de Belmonte sobre el toreo y la vida.

La muerte de El Espartero

El libro se abre con la evocación de la muerte del Espartero, primer recuerdo, quizá no del todo consciente, que imprime en la memoria del niño Belmonte el culto a la muerte heroica en el ruedo, que tanto influirá en la personalidad del torero:

Alguien viene y dice “un toro ha matado al Espartero”. Yo no sé entonces lo que es un toro, ni quién es el Espartero, ni lo que es la muerte. Pero aquellas palabras, el efecto desastroso que causan, el desconcierto que producen en torno mío y, sobre todo, el abandono, la soledad en que repentinamente me dejan, quedan grabados en mi mente para toda la vida. (…) La infancia de Juan está presidida por este culto popular a la muerte heroica del torero. Es el acontecimiento más importante de su niñez.” (Capítulo 1).

La escapada a África a cazar leones

Especialmente significativa en la formación del carácter del torero me parece la formidable aventura de la escapada a África a cazar leones. La amistad con tres hermanos que trabajan en una imprenta permite a Belmonte probar el veneno de la literatura, afición a la que se entrega con tal intensidad que, como Don Quijote, decide emular en la vida real a sus héroes de ficción:

“La amistad con aquellos tres tipos raros me contagió y ya no hice otra cosa durante muchos meses que leer desesperadamente, con verdadera fiebre. Devoraba kilos y kilos de folletines por entregas, cuadernos policiacos y novelas de aventuras. (…) El efecto que la lectura producía en aquellos tres muchachos y en mí era tan intenso, que mientras estábamos leyendo nos identificábamos con el héroe, hasta el punto de que la vida que vivíamos era más la suya que la nuestra. (…) Lo que más nos impresionó de todo aquel mundo de fantasía en que vivíamos fue la figura gallarda del cazador de leones en la selva virgen.” (…)

“Llegó un momento en que la realidad, autenticidad, la plástica de nuestras cacerías era más fuerte que la imposibilidad de encontrar leones en los alrededores de Triana, y como las mayores dificultades estaban ya vencidas por nuestra imaginación, pensamos que lo que menos importancia tenía era irse a buscarlos. Y decidimos solemnemente irnos al África a cazar leones.” (Capítulo 2).

Y surge aquí, como tantas veces a lo largo de la obra, el genio de Belmonte… y la capacidad de Chaves Nogales para sintetizar en una frase toda una filosofía de vida:

“La empresa era superior a nuestra imaginación, y estuvimos a punto de fracasar, no por falta de dinero, sino de fantasía, que es por lo que se fracasa siempre.”

Consigue llegar a las costas de Cádiz, y frente al mar, como Antoine Doinel al final de Los 400 golpes, adquiere conciencia de la realidad de la vida y de sus propias capacidades para salir victorioso de sus desafíos. Belmonte contaba entonces 12 años de edad.

“Tuvimos una larga y melancólica conversación allí frente al mar. Y decidimos regresar a nuestras casas. El mundo no es como nos lo habíamos imaginado leyendo libros de aventuras. Era de otro modo. Pero ¡oh gran consuelo de la derrota!, ya sabíamos cómo era. No nos equivocaríamos otra vez soñando con leones rampantes, veloces piraguas, selvas vírgenes y bestias apocalípticas. No habíamos conquistado el África salvaje; no habíamos cazado leones. Pero sabíamos ya cómo era, de verdad, el mundo. Le habíamos perdido el miedo. Teníamos su secreto. Ya lo conquistaríamos.” (Capítulo 3).

El origen de la vocación taurina

Sin un entorno taurino familiar, la vocación de Belmonte parece nutrirse de su compleja psicología, en la que destaca la voluntad de superación y una firme resolución de triunfo.

“¿Cuándo me formulé la íntima resolución de ser torero? No lo sé. Es más: creo que era ya torero profesional y todavía no me atrevía a llamármelo íntimamente, porque no estaba seguro de serlo, aunque presumiese de ello. (…) Toreaba porque sí, por influencia del ambiente, porque me divertía toreando, porque con el capotillo en la mano yo -que era tan poquita cosa y padecía un agudo complejo de inferioridad- me sentía superior a muchos chicos más fuertes, porque el riesgo y la aventura de aquella profesión incierta de torero halagaba la tendencia de mi espíritu a lo incierto y azaroso.” (Capítulo 3).

Los comienzos en el toreo

En Belmonte se cumple el tópico romántico del aprendizaje furtivo en las dehesas.

“Para torear de día en la dehesa atravesábamos el río a nado. (…) Completamente desnudos, insensible nuestra piel, como la de las salamanquesas, al fuego que bajaba del cielo, andábamos ligeros y ágiles entre los cardos y jarales de la dehesa hasta que conseguíamos apartar una res, y allí mismo, en un clavero cualquiera, la desafiábamos con el pecho desnudo y el breve engaño en las manos para hacerla pasar rozando su piel con la nuestra”. (Capítulo 5).

Su personalidad 

Numerosos ejemplos a lo largo del texto nos permiten adivinar una personalidad marcada por la determinación, el amor propio y la rebeldía.

“Después he advertido que había en mí una voluntad heroica que me sostenía y empujaba a través del dédalo de tanteos, vacilaciones y fracasos de mi adolescencia. Una voluntad tenaz me llevaba, pero sin saber adónde. Pisaba fuerte yendo con los ojos vendados. Mi voluntad tensa era como el arco tendido frente al horizonte sin blanco aparente.” (Capítulo 3).

“No llegué a meterme en aquellas tertulias de torerillos del Altozano, postineros y bien caracterizados, que cursaban, paso a paso, su carrerita de toreros en los tentaderos donde, con la venia de los señoritos, hacían sus pruebas de aptitud como estudiantes que se presentan a examen. (…) Me gustaban los toros y me molestaban los toreros.” (capítulo 4).

“Los de la pandilla de San Jacinto no íbamos a los tentaderos. Nos parecía humillante ir con nuestra inexperiencia y nuestro miedo a servir de diversión a los señoritos invitados por el ganadero. Era más decoroso hacer el aprendizaje en pleno campo, a solas con el toro y las carabinas de los guardias”. (capítulo 7).

La realidad social de la época: 

Pese al tono aparentemente ligero de la narración, algunas pinceladas nos asoman a la durísima realidad social de la época. 

“El hambre que pasábamos en aquellas excursiones era espantosa. Al regresar no hablábamos más que de comidas y poníamos a contribución nuestras imaginaciones para evocar festines pantagruélicos. Uno decía que su sueño era encontrar un pozo lleno de chocolate, sentarse en el brocal y pasarse la vida mojando allí bizcochos grandes como teleras. Otro imaginaba unos caudalosos ríos de sopa y unas montañas de pescaito frito, tan grandes que le daban vértigos. Yo creo que delirábamos de hambre.” (Capítulo 8).

“Con los cincuenta duros que me habían pagado, decidí rehacer mi casa y rescatar a mis infelices hermanillos, repartidos por los establecimientos de beneficencia de Sevilla. Nos juntamos nueve hermanos, mi padre y mi madrastra. (Capítulo 11).

El toreo como «ascensor social»

“Una noche vi a Rodolfo Gaona subir al coche-cama del expreso. Le rodeaban muchos señoritos y mujeres guapas. Yo me empiné para asomarme por la ventanilla del sleeping car y acaricié con la mirada aquel interior confortable, lujoso, blando, acharolado… El contacto con el bienestar me desesperaba.” (Capítulo 8)

… ejemplificado en una humilde bañera, que deviene un acontecimiento en Triana,

“Al abandonar el mísero corralillo donde había vivido para instalarme en una vivienda más confortable, se me ocurrió comprarme una bañera, pero el sencillo hecho de que me la llevasen a casa se convirtió en un acontecimiento para el barrio. – ¡Es el baño para Belmonte! -, decían las comadres arremolinadas a la puerta de mi casa (…).” (Capítulo 15).

… y que permite ampliar el horizonte vital del hombre.

“Mi primer contacto con Francia me produjo un gran estupor. Todo cuanto vi me pareció extraordinario. Aprendí en aquel viaje que en el mundo había más, mucho más, de lo que desde el aguaducho de San Jacinto podía imaginarse. Resultaba que se podía vivir de otra manera, que las gentes pensaban de otro modo y se movían por unos estímulos distintos de los que nosotros sentíamos. Y resultaba también que, en definitiva, vivían mejor, más cómodamente, amablemente.” (Capítulo 11).

La competencia con «Gallito» 

Reflejada tanto desde la perspectiva de la cómica rivalidad de sus respectivos partidarios…

“Al pasar por delante de la iglesia de Santa Ana se le ocurrió a alguien entrar en el templo, coger las andas de la Virgen, subirme a ellas y que entrase así, procesionalmente en Triana. (…) – ¡Sacrílegos! -gritaba el cura congestionado -. Haré llamar a la Guardia Civil para que defienda el templo de vuestra barbarie. (…) ¿Las andas de la Virgen para llevar a Belmonte! ¡Qué barbaridad! Hizo una pausa en su monólogo y agregó: – ¡Si siquiera hubiese sido para llevar a Joselito!” (Capítulo 14).

… como desde el reconocimiento profesional y la afinidad que surge entre compañeros:

“La petulancia juvenil de aquel hombre mimado por la fortuna (Joselito) y mi enconado anhelo de triunfo fueron cediendo el paso a una entrañable solidaridad de hombres unidos por el riesgo y el esfuerzo comunes. Uno de los capítulos más emocionantes de mi vida es el de mi intimidad con Joselito en sus últimos años”. (Capítulo 15).

La «revolución belmontina»

El personalísimo estilo del trianero provoca una conmoción en los tendidos:

“Yo no me quitaba, el toro tardaba en matarme, y los entendidos, en vez de resignarse a reconocer que era posible una mecánica distinta en el juego de la lidia (…) se pusieron a dar gritos histéricos y a llamarme hiperbólicamente “terremoto”, “cataclismo”, “fenómeno” y no sé cuántas cosas disparatadas más. (…) Esta catastrófica disposición de ánimo del público explica sobradamente que la incorporación de mi manera personal de torear al arte tradicional de los toros provocase aquel estado pasional, que, a mi juicio, ha sido uno de los momentos más intensos de la historia del toreo.” (Capítulo 12).

Y concita el entusiasmo de los intelectuales que, con la irrupción de Belmonte, proclaman la consagración estética del toreo:

“Redactaron una convocatoria en la que con las firmas de Romero de Torres, Julio Antonio, Sebastián Miranda, Pérez de Ayala y Valle-Inclán, se decía que el toreo no era de más baja jerarquía estética que las bellas artes, se despreciaba a los políticos y se sentaban algunas audaces afirmaciones estéticas. Yo estaba verdaderamente aturdido al sentirme causa de todo ello.” (Capítulo 12).

El pensamiento político de Belmonte

La obra concluye con algunas consideraciones bien interesantes del torero sobre la realidad revolucionaria republicana, que Belmonte conoce de primera mano, y otras, lamentablemente premonitorias, sobre el futuro de la Fiesta:

“¿Quién te dice que algún día no han de ser abolidas las corridas de toros y desdeñada la memoria de sus héroes? Precisamente los Gobiernos socialistas… – Eso sí es verdad. Puede ocurrir que los socialistas cuando gobiernen…” (Capítulo 16).

El arte de torear

Pero sin duda, lo que ha tenido mayor eco son sus reflexiones sobre el arte del toreo, que los aficionados repetimos como dogmas:

“En la lidia -de hombres o de bestias-lo primero es parar. El que sabe parar, domina” (Capítulo 5)

“El toro no tiene terrenos, porque no es un ente de razón, y no hay registrador de la Propiedad que pueda delimitárselos. Todos los terrenos son del torero, el único ser inteligente que entra en el juego, y que, como es natural, se queda con todo.” (Capítulo 12)

“El toreo es ante todo un ejercicio de orden espiritual.” (Capítulo 12).

“El arte del toreo es, ante todo y, sobre todo, la versión olímpica de un estado de ánimo, y creo además que el torero sólo cuando está hondamente emocionado -cuando sale a la plaza con un nudo en la garganta-es capaz de transmitir al público su íntima emoción”. (Capítulo 17).

“Para mí, lo más importante en la lidia (…) es el acento personal que en ella pone el lidiador. Es decir, el estilo. El estilo es también el torero. Es la versión que el espectáculo de la lucho del hombre con la bestia, viejo como el mundo, toma a través de un temperamento, de una manera de ser, de un espíritu. Se torea como se es. Esto es lo importante. Que la íntima emoción traspase el juego de la lidia. Que, al torero, cuando termine la faena, se le salten las lágrimas o tenga esa sonrisa de beatitud, de plenitud espiritual que el hombre siente cada vez que el ejercicio de su arte, el suyo peculiar, por ínfimo y humilde que sea, le hace sentir el aletazo de la Divinidad.”(Capítulo 25).

Solía destacar Marcial Lalanda la belleza inigualable de nuestra Fiesta, a partir de la conjunción del toro auténtico, encastado y el toreo clásico. El encuentro, en este caso, de una personalidad genial como la del torero trianero y un escritor en su madurez creativa, dan como resultado uno de los textos más atractivos de la literatura española del siglo XX.

Juan Belmonte. Matador de toros, se incorpora en 2025 al patrimonio literario común de todos los españoles.

Antonio Amorós

Administrador Civil del Estado

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