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Antonio Capmany, el diputado catalán que se enfrentó a la prohibición de las corridas de toros

El 14 de noviembre de 1813 fallecía en Cádiz el filólogo, crítico, humanista e historiador Antonio Capmany y Montpalau, diputado por Barcelona en la Cortes Generales y Extraordinarias.

Activo parlamentario, entre sus intervenciones destacan la de 29 de septiembre de 1810, en la que propuso a las Cortes que prohibiesen a los diputados aceptar empleos u honores de la nación; la de 9 de diciembre del mismo año, en la que planteó que los reyes no pudiesen contraer matrimonio sin previo y expreso permiso de las Cortes; o la de 21 de enero de 1813, sobre la supresión de la Inquisición. Además, formó parte de varias comisiones como la encargada de elaborar el dictamen para la libertad de imprenta, la que debía examinar las proposiciones sobre el Diario de las Cortes, la de reglamento interior de las mismas y la de corrección de estilo. Y es que, desde el día 24 de septiembre de 1810 en que se instalaron la Cortes en la Isla de León hasta que su última enfermedad le postró en la cama, nunca faltó a su puesto.

Una de sus intervenciones más destacadas tuvo lugar en septiembre de 1813 y fue la réplica al diputado por la ciudad de Murcia y eclesiástico Simón López quien, ante la propuesta del gobierno de organizar novilladas o corridas de toros en Cádiz para resarcir ciertas deudas contraídas con el guarnicionero Francisco de la Iglesia y Darrac, formalizó la siguiente proposición: «Que se decrete que de hoy en adelante se suspendan generalmente en toda la Península las corridas de toros de muerte».

Este diputado era muy conocido por su hostilidad hacia ciertas diversiones populares como el teatro o las funciones de toros. Respecto a estas últimas había escrito: «Observa bien todo lo que allí pasa, y veras que son todas cosas de satanás. … porque no solamente se ve allí toros o caballos correr: sino también vocería, blasfemias, conversaciones amatorias, galanteos, currutacos, currutacas, modas, profusiones, destemplanzas, hombres afeminados, mujeres profanas, murmuraciones, pérdida de tiempo, casas y obligaciones abandonadas, deudas atrasadas, empeños costosos y otros mil desórdenes. En todo espectáculo profano, el concurso de hombres y mujeres basta para hacerlo torpe, peligroso y pecaminoso».

La propuesta de supresión absoluta de las corridas de toros del obispo Simón López se encontró con la réplica de Antonio Capmany. Conocemos su opinión sobre las corridas de toros porque unos años antes, en 1801, con motivo de la muerte de Pepe-Hillo, escribió tres artículos en el Diario de Madrid, los días 16, 17 y 18 de septiembre, en los cuales hacía una apología de la Fiesta frente a los que él denominaba Declamadores contra las fiestas de toros. Es decir, esos jóvenes afrancesados que se dejaban seducir por todo cuanto llegaba desde fuera y, en cambio, rechazaban nuestra cultura y costumbres. Así se expresaba: «Cada nación tiene sus diversiones adaptadas al clima, a las costumbres del pueblo y al género de las producciones naturales del país. Los ingleses corren caballos desbocados, los septentrionales corren patines sobre hielo, los napolitanos asaltan cucañas, en otras ciudades se celebran naumaquias: funciones públicas llenas de peligros y siempre señaladas con algún fin desastrado… El pueblo español merecería el nombre de bárbaro si bajase a la arena a arrostrar las fieras. Este arrojo lo reserva a ciertos hombres que lo abrazan como profesión. Los españoles son aficionados a este espectáculo, no porque no conozcan los riesgos a que se exponen los lidiadores, sino porque están acostumbrados a verlos vencer y aun burlarse de ellos; pues la inquietud y zozobra del espectador descansa en la destreza, convertida en arte, de estos lidiadores de oficio. Si cada corrida ofreciera heridas o muertes de toreros, ni el gobierno las hubiera permitido de dos siglos a esta parte ni el público concurriría, ni pagando, ni pagado».

Por todo ello, concluía: «… Si en vez de salir toreros de oficio, se presentaran hombres inexpertos, o reos condenados a luchar con fieras, no asistiría a presenciar la muerte entonces infalible de aquellas víctimas. Lo que atrae principalmente a los espectadores es el bullicio del concurso, el jolgorio de la gente y la grandeza del espectáculo, que ciertamente lo es, pues, fuera de los de la antigüedad, no hay en los tiempos y pueblos modernos una reunión más vistosa, más alegre y popular que se puede llamar nacional, donde se respira el aire libre debajo de la gran bóveda del cielo».

Tras el alegato del diputado catalán se aprobó la celebración de las corridas de toros solicitadas por el gobierno, quedando sin efecto la propuesta del obispo Simón López. Poco después falleció Capmany que, tras ser honrado por sus compañeros diputados y por el pueblo de Cádiz, fue enterrado bajo la siguiente lápida: «Aquí yace el filólogo D. Antonio Capmany y Montpalau, diputado por Cataluña en las Cortes Generales y Extraordinarias. Sus obras literarias y sus esfuerzos por la independencia y gloria de la Nación perpetuarán su memoria».


Artículo de Beatriz Badorrey, profesora titular del departamento de Historia del Derecho y de las Instituciones de la UNED, publicado en El Mundo el 14 de noviembre de 2019.

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