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viernes, abril 26, 2024

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Un día en la vida de: Ana Belén Álvarez Abuin

Soy Ana Belén Álvarez Abuin, nací en Granada hace 50 años, soy licenciada en Derecho y Administradora de Fincas. Y, además, soy presidenta de plazas de toros.

Llegue a la fiesta muy pequeña, por tradición familiar, de la mano de mi abuelo Vicente en una grada del tendido 10 de la plaza de toros de Granada, y desde entonces participo, en palabras de mi admirado Santi Ortiz, de una concepción que evidencia el toreo como una forma de vida. La tauromaquia, con todo lo que implica y en todas sus manifestaciones, forma parte de mi identidad, de las cosas cotidianas de mi vida. Personalmente, no conozco ninguna forma de participación en el Fiesta de los Toros que no implique un profundo amor por ella. La Presidencia, tampoco.

Desde hace diecisiete años soy presidenta de la Plaza de Toros de Granada y desde hace tres temporadas de la Plaza de Toros de Atarfe; y he presidido en otras plazas de la provincia como La Peza, Alcudia de Guadix, Motril o Gor. 

El día del festejo es un día intenso, de esos en los que amanece pronto. Por la mañana, sobre las 09:30 (a veces incluso antes) los miembros del equipo estamos ya en los corrales de la plaza de toros. Previamente a salir de casa dejo preparada la ropa de la tarde, siempre un traje (una costumbre). Antes de sortear a las doce de la mañana –procuro que sea a esa hora- tenemos que completar los ocho toros o novillos necesarios para el festejo. Para ello, junto a los veterinarios, realizo la revisión de las reses aprobadas el día anterior (segundo reconocimiento) para comprobar que no se ha producido en las horas transcurridas ninguna circunstancia que pueda condicionar su lidia y muchas veces el primer reconocimiento de las que la empresa haya embarcado por haber sido rechazados toros o novillos el día anterior, algo que ocurre con frecuencia. 

https://fundaciontorodelidia.org/club-de-amigos/

Como ven, aunque es sin duda la actuación del presidente en el palco ordenando la secuencia de la lidia, los cambios de tercio o concediendo los trofeos, que es la que adquiere mayor visibilidad y también la más polémica, antes de ese pañuelo blanco con el que se inicia cada paseíllo hay horas de trabajo en los corrales de la plaza por parte del Presidente junto de los delegados de la autoridad, dos miembros de los cuerpos de seguridad y los tres veterinarios que integran el equipo gubernativo.

Con los alguacilillos hablo al principio del festejo, pero los delegados que están en el callejón son mis interlocutores con ellos. Las llaves de los toriles se las entrega el delegado que está en el callejón después de saludar a la presidencia (la plaza de Granada es muy alta y el lanzamiento desde el palco es difícil). 

Completada la corrida (8 toros) y mientras las cuadrillas realizan los lotes, los equipos aprovechamos para tomar una café, intercambiar opiniones y avanzar en la preparación de la copiosa documentación que genera cada festejo. Los delegados de la Autoridad preparan las actas que luego firma el Presidente (de desembarque, pesaje, reconocimiento entre otras) y los Veterinarios sus informes y correspondiente documentación (no olvidemos que la carne de lidia va a la cadena alimentaria). Son horas de despacho, simultaneadas con la revisión del ruedo, de la de puyas o banderillas. 

A las 12:00 procedemos al sorteo. Cada plaza tiene sus singularidades, en Granada “escribimos” los números de los lotes en el despacho (cuadrillas, delegado y presidenta) momento en el que manifiesto algunas consideraciones a las cuadrillas desde el máximo respeto, para que la tarde transcurra con normalidad y sorteamos en el patio, debajo de la “parra”. El sorteo es público y es un momento único, ceremonial que nos conecta con las raíces del espectáculo. En Granada además es tradicional y asisten numerosos aficionados a presenciarlo, por lo que el patio de arrastre en las mañanas de festejo se convierte en punto de encuentro y de apasionadas tertulias. Cerrado y publicado el orden de lidia siguiendo las instrucciones de las cuadrillas, procedemos a enchiquerar la corrida, tarea que a veces es ardua por el manejo nunca fácil de las reses en los corrales, y a casa a descansar, aunque el descanso es complicado en esas horas previas y aprovecho esos momentos para enviar a los medios de comunicación el orden de lidia y las actas de reconocimiento con las reses aprobadas y rechazadas, que también colocamos en los accesos a la plaza en cumplimiento del Reglamento. 

Una hora antes de inicio de festejo, de nuevo en la Plaza. Siempre, desde que presido, accedo por la misma puerta (otra costumbre) y junto con el delegado de la Autoridad repasamos las últimas cuestiones, equipo y medios médicos, conversación con los mulilleros (para evitar demoras innecesarias en el arrastre) y con el personal de plaza.

Quince minutos antes me subo al palco, setenta y dos escalones hasta llegar a él, donde como parte de esas costumbres propias que con el tiempo se han convertido un mi propia liturgia, un empleado de la plaza me entrega la caja de pañuelos, (tengo la mía propia, pero en Granada siempre presido con los de la Plaza) Cinco pañuelos: el blanco para el ordenar el inicio, la salida de reses, los cambios de tercio, los avisos y los trofeos, el verde para la devolución del toro por su inutilidad para la lidia, el azul para la vuelta al ruedo de las reses, el naranja para el indulto y el rojo para las banderillas negras, pañuelos que yo coloco mientras observo cómo los tendidos de la plaza de toros se van llenando de aficionados cargados de ilusión, última llamada al callejón y si todo está en orden, pañuelo blanco, clarines y timbales, suenan los acordes del pasodoble “La Entrada” del maestro Quintín Esquembre y comienza el ritual de cada tarde de toros. 

En el Palco me acompañan a mi derecha el asesor veterinario, que es un miembro del equipo, y a mi izquierda el asesor artístico, en mi caso el matador de toros granadino Paquito Ruiz (los equipos los nombra la delegación de Gobierno). La conversación es permanente, discreta, pero permanente. 

Me levanto en el paseíllo, al inicio de las faenas cuando el matador pide permiso, al final de la faena, para despedir al picador en el último toro, y a la salida de los toreros.

Comentamos en el palco la salida del toro, su condición y su evolución, con especial atención a que no haya ningún defecto que impida su lidia normal, conversamos acerca de la actuación del diestro, la colocación de las cuadrillas, el desarrollo de los tercios y valoramos la petición de los trofeos, especialmente la segunda oreja (o el rabo) para la que en mi caso es fundamental el toreo de capa y la estocada (colocación y ejecución). Consulto con los asesores, pero asumo la responsabilidad de la decisión final. No me preocupan las “broncas” en el palco, aunque no son gratas, me preocupa la integridad física de los actuantes y que cuanto se haga en el ruedo se haga respetando la liturgia y el rito, que la tarde transcurra con normalidad y sobre todo que el público reciba un espectáculo íntegro y completo. Ahí pongo mi empeño.

La responsabilidad que implica presidir un festejo taurino es tan grande que en el palco hay que estar en un estado permanente de alerta, pendiente de las circunstancias y las incidencias que se van planteando y que a veces tenemos que resolver en apenas minutos. Solo cuando arrastran el último toro respiro hondo, aunque queden aún horas de despacho para firmar actas y planificar la jornada del día después. En Granada somos dos equipos y es también costumbre que todos los compañeros, Presidente, Delegados y Veterinarios, esperemos a los que bajan del Palco, porque son muchas horas de trabajo incansable en la plaza, de desvelos compartidos, de nervios y a veces de risas y de apoyo incondicional, horas de trabajo de un equipo, del que el Presidente es solo la cabeza visible, para que cada tarde de festejo todo salga bien, aunque el protagonismo siempre está en el ruedo. 

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