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sábado, abril 27, 2024

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Las actas notariales de don Eduardo Miura

La anécdota que voy a contar tiene que ver, curiosamente, tanto con mi profesión de notario como con mi afición taurina. Y se refiere a Don Eduardo Miura Fernández, padre de los actuales propietarios de la ganadería.

En el diario ABC del día 15 de noviembre de 1983 se pudo leer una noticia titulada Escándalo: Miura dispuesto a no torear en España, en la que se refería a una acusación de supuesto afeitado de toros por parte de Miura, y en la que el ganadero se quejaba de manera muy contundente y amarga de lo que consideraba una campaña de desprestigio intolerable. Y entonces,  para reforzar esa idea, añade: …”ya jugaron con nuestro prestigio cuando la edad de los toros. Resultó que comenzaron a multarme por falta de edad en mis toros, según unas normas que establecieron en atención a la dentición de los animales. Dijeron que yo lidiaba de utreros y cosas por el estilo. Me atacaron sin piedad, mientras yo me esforzaba en demostrar el error.

Y añade: “Llegué a levantar acta notarial del nacimiento de mis reses para demostrar luego en la plaza su verdadera edad”. Actaen el herradero, como ahora veremos.

La cosa no debió calmarse, porque meses después, el 23 de febrero de 1984, leemos en el mismo diario ABC una entrevista con el ganadero, también a propósito de la posible sanción por afeitado, en la que explica un poco más en qué consistía el acta notarial que mencionó en la noticia anterior –acta que era muy anterior en el tiempo-, pero en la que, además, hace mención de otro tipo de acta que había pedido al notario que hiciera en ese momento.

De la primera de las dos, la del herradero, y como argumento para reforzar su honorabilidad, recuerda: “En aquel tiempo también recurrí a un notario que levantaba acta del día del herradero. Cuando llegaba a la plaza y querían multarme sacaba el acta del notario y acreditaba así la edad del toro, aunque los dientes dijeran otra cosa…pude demostrar que yo no engañaba a nadie”.

Y también don Eduardo, en ese mismo año 1984, había solicitado al notario otra acta notarial acerca de los pitones, para rebatir cualquier sospecha de afeitado, y así lo cuenta en la entrevista: “Cuando me han dicho que es que en la prueba biométrica de mis toros no dan la medida establecida, me he dedicado yo en mi casa, con un veterinario y levantado acta notarial, a realizar esa misma prueba con quince astas de toros que se me habían matado en el campo. Y ninguna, absolutamente ninguna, da esas medidas que en Madrid dicen que deben de dar”.

Lo primero que como notario he de decir es que es evidente que don Eduardo Miura era una persona que tenía las cosas muy claras y conocimientos para saber cuándo le interesaba levantar un acta notarial, lo que no siempre ocurre. Ahora bien, ¿en qué consistían estas actas? ¿Cómo se hacían?

Para entenderlo bien, hay que conocer cuál es el efecto fundamental de este tipo de actas notariales: que son fehacientes. Eso significa que lo que dice el notario que ha ocurrido en su presencia- las declaraciones que se hayan hecho, las personas que están presentes,  cualquier asunto relevante- no se discute. Nadie puede negar que eso que cuenta pasó realmente. Porque es el notario quien lo dice, y además lo hará, porque es su profesión, de manera ordenada y clara, para que no existan ambigüedades ni errores. Y eso es lo que buscaba don Eduardo.

El notario, tanto los días de herradero como en el tema de las astas,  a solicitud del ganadero, acudió al campo, identificó al veterinario como profesional, presenció cómo el veterinario realizó su trabajo en el herradero o con las astas, e incorporó el informe del mismo así como las declaraciones que quisieron hacerle los presentes, en su caso. Y en el caso del herradero, hizo constar los números correspondientes de cada animal, de modo que nadie pudiera dudar de su edad más adelante.  Yo mismo recuerdo haber levantado un acta con similar, con veterinario, en los años 90 en la ganadería de don Antonio Gavira, siendo yo notario de Alcalá de los Gazules.

Lo cierto, está claro que, al menos las actas del herradero, le funcionaron muy bien, según contó después su hijo Eduardo:

“Cinco años antes de que se impusiera la norma de herrar los becerros con los dígitos correspondientes al año de nacimiento, ya don Eduardo adoptó la medida de llevar un notario a los herraderos. El notario tenía reconocida la firma del veterinario y levantaba acta de los ejemplares herrados. Esas actas notariales de los herraderos los sacaron de más de un apuro.

En una feria de Sevilla la corrida estaba desencajonada en los corrales de la plaza de Alcalá de Guadaira y en la revisión veterinaria, don Eusebio, que además de veterinario era militar y por ello con un carácter doblemente temible, rechazó un toro de los seis por presentar cara de poca edad. Don Eduardo le preguntó:»si yo le demuestro que ese toro ha cumplido cuatro años ¿me lo aprueba?»; y el otro: «¿cómo me lo puede demostrar?» Mandó al hijo mayor, (el que lo relata aquí) a casa por el acta notarial del herradero y luego se la mostró al veterinario, con los números de cada uno de los seis toros al lado del año de nacimiento. El toro fue readmitido y fue a la plaza, donde Pepe Limeño le cortó las orejas.

En Bilbao pasó algo similar; los seis toros salieron al ruedo y la multa vino luego por falta de edad de uno de ellos. El ganadero presentó el acta notarial correspondiente y la multa fue condonada”

La fecha que señala para la primera acta de herradero, cinco años antes de que se impusiera la norma de herrar a los becerros con los dígitos del año, debía ser más o menos 1963, puesto que fue una Orden de 4 de abril de 1968 la que estableció esa obligación, de esta manera: “Para la identificación individual de la res y garantía de su edad se establece,  en la práctica del herraje, un marcado a fuego especial con los guarismos del cero (O) al nueve (9), que serán aplicados a cada res en correspondencia con la última cifra del año de su nacimiento”.


Fernando Gomá es notario, vicepresidente de la FTL y presidente del IJB

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