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sábado, abril 27, 2024

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Atroz antiespecismo

(Sobre perros y gatos en el incendio de Valencia)

Lorenzo Clemente| Presidente de la comisión jurídica de la FTL

Lo han vuelto a hacer. Aprovechando el natural interés público tras la terrible tragedia de Valencia, una asociación animalista realizó el pasado fin de semana una comunicación pública en la que degradaba a las víctimas del incendio sumando sin distinción las personas fallecidas con los perros y gatos que también murieron en él y mandando fuerza “a las familias de todas las víctimas humanas y no humanas”. Poco después, alguien insistía en la red social X sobre la radical distinción que existe entre el valor de una vida humana y la vida de cualquier animal y se sucedieron insultos y descalificaciones contra él de cientos de ciudadanos que consideraban que la vida de su perro o de su gato tenía más valor que la de cualquier ser humano a quien no conocieran o a quien no le tuvieran el mismo cariño que a su mascota. Estas actitudes recuerdan lo que afirmó hace ya años una conocida animalista en una tertulia televisiva: “sí, este es el dilema: si sucede una tragedia a quién salvas, ¿a tu perro o a tu madre?”

Desde que Peter Singer escribiera a mediados de los años setenta del siglo pasado el libro “Liberación animal” cada vez más personas se han adherido al pensamiento antiespecista que considera que no debe existir discriminación alguna entre individuos, considerando individuos a los de cualquier especie. Es decir, todos los seres vivos (o, al menos, todos los seres “sintientes”) tiene la misma dignidad. Y, por tanto, no hay razón para valorar más la vida de uno que de otro.

La consecuencia es obvia: no puede utilizarse ningún animal para el servicio de las necesidades humanas. Por supuesto, no se les puede matar para que nos sirvan de alimento, pero tampoco pueden ser utilizados en ensayos clínicos para el desarrollo de fármacos o tratamientos médicos (Peter Singer afirma que es mejor utilizar para estos ensayos “bebés humanos” que tengan poca esperanza de vida que animales que pueden tener una esperanza mayor).

Esta mutación en la consideración de los animales, que algunos ven como un indudable progreso ético, constituye, sin embargo, la mayor degradación de la dignidad de los seres humanos que ha existido en toda la historia. A lo largo de la historia han existido atrocidades esclavistas o genocidas de quienes han considerado inferiores a seres humanos de determinadas razas o religiones, pero nunca se había visto que alguien considerara a todo el género humano como animales (pudiéndose tratar, por tanto, a cualquier ser humano como a un animal).

La historia de la humanidad es una historia de lucha por una mayor conciencia ética, por un mayor respeto a todos los seres humanos, por una reivindicación creciente de la importancia y singularidad de cada persona y de la indignidad que supone atacar cualquier vida humana. En nuestra cultura occidental, esta conciencia tiene una raíz religiosa y otra humanista. En el ámbito religioso todas las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam) coinciden en aceptar que los seres humanos estamos creados a imagen y semejanza de Dios, lo cual nos dota de una singular estima. En el ámbito filosófico, sobre todo desde la Ilustración, el reconocimiento de la esencial igualdad de todos los seres humanos está en la base de la sucesiva derogación de privilegios, la superación de situaciones degradantes de dependencia de unas personas respecto a otras y la definitiva proclamación de los derechos del hombre.

Lo anterior no supone que los animales puedan ser tratados de cualquier modo. Ni que su dignidad esté ajena a la consideración religiosa (son también creaturas) o filosófica. Pero el fundamento de la necesidad de dar un trato digno a los animales no deriva de una cualidad intrínseca de estos que les haga ostentar una dignidad equivalente a la de los seres humanos, sino que es la dignidad humana la que exige (en atención a nuestra racionalidad) tratar a cada animal de un modo acorde a su naturaleza y a su relación con nosotros. Y, por tanto, el trato a la mascota debe ser diferente al trato al animal que se cace o se pesque, o al que se críe para proporcionarnos alimentación, el destinado a la equitación, a su lidia en el ruedo o a la experimentación médica.

Acabar con la distinción esencial entre seres humano y el resto de las especies animales es degradar de forma absoluta al ser humano. Es abolir el ineludible compromiso de solidaridad entre todos los que formamos el género humano para mejorar la vida de los más desfavorecidos por la igual dignidad de todas las personas. Alentar el antiespecismo no es muestra de una mayor sensibilidad o limpieza de espíritu, es un evidente reconocimiento de que son los sentimientos de cada uno hacia el otro lo que hacen a éste objeto de respeto y sujeto de especial dignidad. Algo que puede conducir a atrocidades aún mayores que las que leemos en los libros de historia a poco que cualquiera imagine la sociedad que se puede construir si son los más fuertes, poderosos, ricos, astutos o desaprensivos los que determinan cómo quieren tratar a quienes no consideran dignos de su aprecio.


Lorenzo Clemente Naranjo es residente de la comisión jurídica de la FTL

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