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lunes, abril 29, 2024

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Lorca: el toro solo corazón arriba

El IJB publica los textos dedicados a Lorca con motivo del homenaje que organiza el Capítulo de Granada de la Fundación Toro de Lidia

Hay un momento eterno en el que Lorca sigue leyendo el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías en el Teatro Español de Madrid tras representar Yerma. Ha acallado todos con aplausos. Ha ido andando no hasta el centro, sino hasta el mismo borde del escenario: los actores se han quedado atrás y ahora todos los focos iluminan la figura recta, traspasada de luz y eternidad. Es el miso Lorca que permanece en pie sobre ese bronce de la Plaza Santa Ana; pero sus manos, ahora, no reciben a un pájaro, sino que sostienen unos folios que serán el lamento intemporal por el amigo muerto. Aunque con Ignacio expirará también un mundo lorquiano: la torería de sangre y ascensión hacia el cielo total, esa fuerza telúrica del mundo contenida debajo del albero. Alguien tan poderoso como Federico García Lorca no puede perfilarse únicamente desde uno o dos de sus lados: tenemos que aspirar a comprender la totalidad del personaje, porque aquí es donde late su grandeza. Tratemos ahora de imaginar su voz: es cálida y profunda, aunque hoy está rasgada por la rena. Su timbre musical ahora se matiza, no acompaña a los dedos bailando sobre el piano. y su respiración es un tambor lanzado sobre el patio de butacas. Es una voz que ha roto todos los contornos del silencio. Está justo en el borde, como si se fundiera con nosotros. Y sus ojos se abren desde un lugar lejano, antes de comenzar a recitar:

El viento se llevó los algodones y el óxido sembró cristal y níquel, ya luchan la paloma y el leopardo, las campanas de arsénico y el humo, en las esquinas grupos de silencio cuando el sudor de nieve fue llegando, cuando la plaza se cubrió de yodo la muerte puso huevos en la herida, un ataúd con ruedas en la cama a las cinco de la tarde, a las cinco de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. ¡Y el toro solo corazón arriba!

Después de un aplauso atronador, vamos saliendo en grupos del Teatro Español, y nos reunimos en los viejos cafés de la Puerta del Sol. Ya no hablamos de Yerma, la hemos dejado atrás: porque hemos asistido no sólo al desgarro por el amigo, sino también a una refundación, literaria en el cuerpo de los tejidos vivos, del arte de lidiar toros. Pero en Lorca siempre hay algo más: una visión magnética del mundo, una especie de dimensión reveladora que se vuelve corpórea, vivencial, en lo que la lectura dejará entre nosotros. Seguimos escuchándolo, continuamos leyendo este momento. Buscamos una tasca y vemos, entre el humo, a Manuel Machado con su torería de querido hermano. Hablamos del poema: decimos que ese toro solo no es Sánchez Mejías, o al menos no lo es únicamente. Porque ese toro es Lorca y es el dolor de vivir, es la muerte en los hombros de un país que ha encontrado su tensión de metáfora total, de universo encendido, en la escena de un hombre que se mide a sí mismo en lo que ha de venir. Lorca ya sólo es Lorca con el toro, Lorca será ese toro corazón arriba que se mira de frente, desde esa larga noche que nos ronda, porco antes de caer con la luz en la tierra.


Joaquín Pérez Azaústre es escritor

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