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martes, marzo 19, 2024

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La principal justificación del toreo es el toreo

La tauromaquia choca frontalmente con la ingeniería social que pretende transformar nuestras sociedades siguiendo el dictado buenista de unas élites empeñadas en decirnos lo que está bien y lo que está mal. Frente a la cultura de la inmediatez, la corrida propone pausa, temple y observación. Frente a la exaltación igualitaria y el culto a la mediocridad, la tauromaquia recupera la figura del héroe y ensalza la excelencia. Frente a la deriva animalista, toma el humanismo como principio filosófico rector. Frente a formas de cultura prefabricadas y domesticadas, la Fiesta exhibe verdad de la manera más imprevisible y cruda. Y, frente al nihilismo y la pérdida de sentido, nos plantea una cultura trascendente con ambiciones casi místicas.

¿Cómo se explica, entonces, que esa expresión artística tan contestataria siga atrayendo a millones de personas? ¿Qué es lo que habilita la continuación de las corridas de toros, no solo en España sino también en Francia, Portugal, México, Colombia, Perú, Ecuador o Venezuela? ¿Cómo podemos interpretar el hecho de que, veintitrés milenios después del primer enfrentamiento del hombre con el toro, la tauromaquia siga teniendo vigencia?

En los últimos tiempos, los intelectuales que se han acercado a la tauromaquia han tendido a responder a esta pregunta cultivando la idea de que la tauromaquia sigue teniendo vigencia precisamente por su naturaleza subversiva. Siguiendo ese razonamiento, denunciar la corrección política que pretende convertir el toreo en un arte maldito sería un camino de salvación para la Fiesta. La supervivencia del Arte de Cúchares sería, pues, el triunfo de una rebelión contracultural.

Esta línea argumentativa vendría a complementar el triunfo de las explicaciones racionalistas que protagonizaron la defensa del toreo en la década pasada, cuando el acoso contra el toreo se intensificó y empezó a traducirse en medidas prohibicionistas y restricciones censoras. Esta escuela ilustrada justificó la corrida apelando a la ética, alumbrando un discurso ilustrado y lógico.

En los próximos años, creo que otras líneas de pensamiento van a cobrar fuerza. Conforme se ensancha la brecha entre lo urbano y lo rural, veremos reivindicaciones basadas en celebrar la dignidad de las tradiciones locales que se ven arrasadas por la uniformización cultural que emana de la degeneración del cosmopolitismo en cosmopaletismo. De igual manera, ganarán terreno las explicaciones centradas en subrayar el derecho de las minorías a defender sus posiciones y blindarse ante la totalitaria pretensión de imponer prohibiciones asamblearias que arrasan derechos básicos y olvidan que la calidad de la democracia se mide, precisamente, por su capacidad de generar un marco pluralista que permita una convivencia armónica y tolerante de distintas formas de entender la vida.

No soy ajeno a ninguna de estas formas de pensar. De hecho, comparto muchos de estos puntos de vista. Sin embargo, el análisis de la tauromaquia como fenómeno cultural no puede limitarse a la aportación de argumentos frente a la ofensiva animalista. Yo mismo llevo años explorando otra fecunda línea argumentativa que explora la importancia y trascendencia social de la economía del toro, recalcando su importancia desde el punto de vista de la generación de riqueza y empleo. De igual manera, la ecología del toro es otro aspecto que merece más atención, puesto que toda la cultura que celebramos gira en torno a un animal totémico que encierra un valioso patrimonio genético y se cría en espacios de alto valor natural e innegable riqueza en términos de biodiversidad. Por tanto, creo que todo lo que hagamos para reivindicar la Fiesta ante la sociedad es siempre bienvenido. Pero, insisto, la discusión no es la única forma de reivindicación. Y es que la tauromaquia no solo hay que defenderla, también hay que celebrarla, ensalzarla y disfrutarla. 

Esto no es fácil, puesto que el aficionado ha exhibido una predisposición secular al pesimismo. El lamento sobre la decadencia del toreo que hoy leemos en redes sociales no es muy diferente al que expresaba Moratín en el siglo XVIII o el que comunicaba Rodríguez Bernal en el siglo XIX. En cambios, las encuestas del Ministerio de Cultura muestran que la mayoría de las personas que acuden a las plazas disfrutan enormemente de los festejos.

Siempre debemos ser críticos y exigentes puesto que somos depositarios de un legado artístico y cultural que debemos preservar en beneficio de los que vengan después. No obstante, esa actitud no debería contaminarnos hasta el punto de crear en nosotros una suerte de amargura permanente. Todos los años asisto a unas treinta o cuarenta corridas de toros, a lo que habría que sumar la visualización de otro medio centenar de festejos por televisión. Pues bien, lejos de acercarme al pesimismo, mi afición me conduce a una visión cada vez más entusiasta de lo que sucede en los ruedos.

Si acudimos en masa a esa ceremonia ritual y casi eucarística que es la corrida es porque, por espacio de dos o tres horas, tenemos el privilegio de ser testigos de todo tipo de confrontaciones de naturaleza artística y ética. Se nos confronta la celebración popular del acontecimiento lúdico con el recogimiento propio del trágico hecho sacrificial. Se nos brinda la oportunidad de celebrar al héroe con apasionados gritos, pero también se nos permite censurar su fracaso con imprevisibles broncas. En la plaza escuchamos el olé pero en cualquier momento podemos sufrir el quejido del ay. Suena el pasodoble, pero también retumba el silencio. Se torea a veces desde la quietud, a veces desde el movimiento. Embiste Dalia… o Cazarrata.

En medio de todo eso, el torero enfrenta los contrastes en una circunstancia tan compleja como angustiosa. Se espera de él que tenga siempre el gesto justo, que sea látigo y seda, que dulcifique lo bravo, que ralentice lo fiero, que levante una obra bella en medio de un vendaval de peligro. Cuando eso sucede, de repente todo lo demás desaparece, la plaza entera se une en comunión con el maestro, la imperfección se torna sublime y el épico heroísmo del matador da pie a las más altas aspiraciones estéticas.

A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que, al saber de mi afición, me han expresado su oposición a las corridas de toros. Sin embargo, el denominador común en todos estos casos fue el desconocimiento que realmente tenían estos supuestos antitaurinos de lo que verdaderamente ocurre en el campo y en la plaza. No podemos subestimar el impacto de la propaganda animalista, puesto que la opinión superficial que tienen muchas personas del toreo se basa, efectivamente, en sus manipuladoras comunicaciones.

La tauromaquia no es un toro en el desolladero, como la gastronomía no es un buey descuartizado. El hecho de que los animalistas recurran con frecuencia a la deformación y la descontextualización de la Fiesta me genera esperanza, puesto que nos recuerda hasta qué punto deben ocultar la realidad para avanzar posiciones. Precisamente por eso he querido dialogar con todos aquellos amigos, compañeros o conocidos que me han trasladado su rechazo al toreo. A lo largo de los años, debo haber invitado a una veintena de personas a la plaza y todos han cambiado de postura. Algunos se han aficionado, otros han vuelto a acudir en distintas ocasiones e incluso los más recelosos me han reconocido que su postura ha cambiado.

Y es así como he llegado a creer firmemente que la esencia del toreo trasciende por sí misma y, por mucho que debamos cultivar todo tipo de explicaciones y razonamientos, no podemos olvidar que, por encima de cualquier otra consideración, la principal justificación del toreo… es el toreo.


Diego Sánchez de la Cruz es profesor, escritor y empresario. En calidad de analista económico, es director de Foro Regulación Inteligente, investigador asociado del Instituto de Estudios Económicos y colaborador habitual en prensa, radio y televisión. Ha publicado tres libros y traducido una veintena de obras al español. En el ámbito taurino, dirige la plataforma de estudio La Economía del Toro y colabora regularmente con Movistar+ Toros y La Gaceta.

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