jueves, mayo 16, 2024

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Toros, sí (si traen turistas)

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En Barcelona este último año ha pasado algo que parece increíble: ¡hemos echado de menos a los turistas! En el pasado reciente eran normal las protestas vecinales en muchos barrios de la ciudad contra la presencia masiva de viajeros. El turismo se convirtió en el principal problema para los vecinos de Barcelona. Se sabe que existe una parte beneficiosa asociada con el turismo: interculturalidad, flujos económicos, oportunidades de empleo, etc. No obstante, también existe una parte mala: el aumento de la congestión, la criminalidad, la subida de precios…

La actitud de los habitantes locales frente al turismo depende de cómo la actividad turística afecta a su calidad de vida y a su bienestar. Como en muchas dimensiones de la vida, ponemos en la balanza las ventajas y los inconvenientes, lo bueno y lo malo. Los que solo sufren a los turistas, huirán de la ciudad, mientras que los que viven de ellos los echan de menos cuando no lleguen.

Pese a lo que algunos puedan pensar, muchos turistas vienen a España buscando el sol y la playa, y esperan encontrarse con experiencias auténticas, contactar con la realidad del país, y en su imaginario están los toros: “Los turistas consideran las corridas de toros virtualmente sinónimo de España y acuden a estos eventos como una fuente de entretenimiento exótico (…) la tauromaquia está aún más asociada a la identidad nacional española que el béisbol a la de Estados Unidos” (Brandes, 2009). Por otro lado, existe propiamente un turismo taurino, con gente que peregrina a los templos, esperando ver a su dios resucitado. Esto no es exclusivo de España o los países que solemos incluir en el Planeta de los Toros: en China o Japón las peleas entre toros no solo tienen interés entre los locales, si no que tienen un interés turístico importante. Otros países en los que hay fiestas en las que se celebra la bravura de los toros son Turquía, Bosnia, Kenia, Tanzania, Bangladesh, Laos o Vietnam. 

Un ejemplo de afluencia de viajeros pueden ser los Sanfermines de Pamplona. Por un lado, existe el brutal impacto económico y mediático, que pone a la ciudad en el mapa, y por otro la masificación, las borracheras y demás desmanes que conlleva el ocio. Otro ejemplo, más modesto, es la Feria del Toro de Olivenza, que duplica su población durante los tres días del primer fin de semana de marzo en los que tiene lugar la feria. En este trabajo desarrollamos un análisis de la Feria del Toro de Olivenza y preguntamos a la gente su opinión sobre la Feria, sobre las ventajas y los inconvenientes de tener que soportar tanta gente. Los resultados de la encuesta a varios centenares de habitantes de la ciudad son los razonablemente esperables: cuantas más ventajas perciben los oliventinos, mejor valoran la feria, y cuantos más inconvenientes, peor la juzgan.

Lo interesante es el análisis del carácter taurino de la Feria. Para los que no asisten a las corridas, que entendemos que son los no aficionados, la valoración de la esencia taurina de la feria está de hecho ligada a las ventajas (empleo, ingresos, etc.) e inconvenientes (congestión, precios). Dicho de otro modo. Para los que no son aficionados, la feria está más justificada si tiene muchas ventajas y pocas desventajas. A los aficionados, en cambio, no les cambia el gesto: da igual si trae dinero o si no se puede aparcar, poder asistir a las corridas es lo primero.

La moraleja de este trabajo es que mucha gente rechaza el turismo, o los toros, simplemente porque no perciben los beneficios asociados, y solo son capaces de internalizar los perjuicios y prejuicios. Tengo muchas dudas de si un antitaurino cerrará las puertas de su bar, que mira de frente a la plaza de toros, el día de la corrida. 

Juan Carlos Girauta: “El Poder de la hegemonía cultural”

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Chapu Apaolaza, director del Instituto Juan Belmonte de la Fundación Toro de Lidia, entrevista a Juan Carlos Girauta con el que tiene la oportunidad de hablar sobre la prohibición de los toros en Cataluña o en la que el catalán afirma que “para sostener el ideario animalista se necesita gente inculta. Solo la cultura puede romper la corriente de pensamiento único”. 

Sobre la prohibición de los toros

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Hace ya seis años, el 2 de agosto de 2010 concretamente, publiqué en este periódico un artículo titulado La cultura está más allá de la Ley a propósito de la Ley que el Parlamento de Cataluña acababa de aprobar prohibiendo «las corridas de toros y los espectáculos con toros que incluyan la muerte del animal y la aplicación de las suertes de la pica, las banderillas y el estoque, así como los espectáculos taurinos de cualquier modalidad que tengan lugar dentro o fuera de las plazas de toros», salvo los llamado correbous, cuya subsistencia blindó otra Ley tramitada y aprobada en paralelo, la 34/2010, de 1 de octubre.

Decía entonces y repito ahora que la cultura de un pueblo está más allá, en efecto, de la voluntad de los gobernantes y fuera incluso del círculo de atribuciones de éstos, porque es una expresión de la peculiar manera de ser y de estar en el mundo de las gentes (sí, las gentes, que la palabra no es propiedad exclusiva de los populismos rampantes que nos acosan) que lo componen, de su modo singular y característico de interpretar y sentir la realidad en la que se desarrolla su vida y eso no se crea, ni se destruye por leyes o decretos.

El pueblo soberano no ha delegado en los gobernantes el poder de destruir o eliminar ninguno de los bienes que integran su patrimonio cultural. Les ha ordenado justamente todo lo contrario, esto es, que garanticen y promuevan el enriquecimiento de dicho patrimonio y que aseguren su disfrute por todos los ciudadanos.

Ningún legislador -ni el catalán, ni el estatal- puede prohibir o eliminar, por lo tanto, las corridas de toros, los encierros de Pamplona y de otros muchos lugares, y los cientos y cientos de juegos y ritos del toro que desde hace muchos siglos se celebran periódicamente por toda la geografía española, como tampoco pueden prohibir la sardana, la jota, las procesiones de Semana Santa, el flamenco, la romería del Rocío o los carnavales. Son nuestros. Pertenecen al pueblo y sólo el pueblo puede disponer de los elementos que integran todas y cada una de estas piezas que forman parte de nuestro patrimonio cultural a medida que aumente o disminuya su vinculación afectiva con ellas.

Era, pues, rigurosamente inevitable que el Tribunal Constitucional terminara declarando, como, en efecto, lo ha hecho con su Sentencia de 20 de octubre último, la inconstitucionalidad y nulidad de tan arbitraria prohibición, inspirada no por un franciscano amor a los animales, sino por el propósito de arrancar a Cataluña de España.

La sentencia del Tribunal Constitucional no va tan lejos, ni se pronuncia en términos tan categóricos como yo acabo de hacerlo, pero llega a la misma conclusión por un camino, el análisis competencial, estrictamente técnico y por ello menos propicio a la polémica, que, como es lógico, no nos satisface del todo a los aficionados a la Fiesta otrora llamada Nacional, adjetivo éste que ese despreciable hábito del lenguaje políticamente correcto ha condenado al ostracismo.

El Tribunal admite que «la prohibición de espectáculos taurinos que contiene la norma impugnada podría encontrar cobertura en el ejercicio de las competencias atribuidas a la Comunidad Autónoma en materia de protección de los animales y en materia de espectáculos públicos» (afirmación ésta más que discutible porque el texto literal de los artículos 116.1.d y 141.3 del Estatuto de Cataluña en los que pretende apoyarse dista mucho de ampararla), pero observa con toda razón que esas competencias «no pueden llegar al extremo de impedir, perturbar o menoscabar el ejercicio legítimo de las competencias del Estado en materia de cultura al amparo del artículo 149.2 de la Constitución», por lo que, existiendo una evidente conexión entre las corridas de toros y el patrimonio cultural español, llega a la conclusión de que la medida prohibitiva, «en cuanto afecta a una manifestación común e impide en Cataluña el ejercicio de la competencia estatal dirigida a conservar esa tradición cultural… hace imposible dicha preservación», e infringe el precepto constitucional citado.

Éste es el corazón de la sentencia, lo que los juristas llamamos su ratio decidendi. Quienes no lo son se preguntarán, sin embargo, si esto es suficiente para zanjar definitivamente el problema.

La respuesta tiene que ser forzosamente negativa y, si alguna duda hubiera, ahí están las declaraciones de algunos líderes significativos del nacionalpopulismo catalán que, nada más tener noticia de la sentencia que anulaba su Ley, se apresuraron a afirmar que en Cataluña no volverá a haber corridas de toros en ningún caso. La cruzada antitaurina que hace ya muchos años emprendieron continuará por otros caminos ahora que el de la prohibición ha quedado cegado.

Desde esta perspectiva no dejan de ser preocupantes algunas de las manifestaciones que con innegable buena voluntad y no poca ingenuidad hace la sentencia cuando, tras exponer su conclusión, precisa que «ello no significa que la Comunidad Autónoma no pueda, en ejercicio de sus competencias sobre ordenación de espectáculos públicos, regular el desarrollo de las representaciones taurinas… ni tampoco que, en ejercicio de su competencia en materia de protección de animales, pueda establecer requisitos para el especial cuidado y atención del toro bravo».

Para los cruzados, estos modestos caminos son, sin duda, auténticas autopistas por las que no dudarán en avanzar de nuevo, tanto más cuanto que la sentencia, al resolver el recurso por la vía competencial, dejó imprejuzgadas las cuestiones de fondo, planteadas por la Ley anulada, esto es, su posible colisión con determinadas libertades y derechos fundamentales, en particular la libertad artística y la libertad de expresión, y con otros derechos y principios rectores económicos y sociales, como la libertad de empresa, el derecho de acceso a la cultura y el principio de enriquecimiento del patrimonio cultural.

Importa por ello recordar que la reciente Ley estatal 10/2015, de 26 de mayo, para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, en el que se incluyen las «artes del espectáculo» y «los usos sociales, rituales y actos festivos» y, por lo tanto, también los festejos taurinos en general (vid. su disposición final sexta), obliga a todos los poderes públicos sin excepción a acomodar sus actuaciones a los principios generales que enuncia su artículo 3, entre los cuales figura «la sostenibilidad de las manifestaciones culturales inmateriales, evitándose las alteraciones cuantitativas y cualitativas de sus elementos culturales». Regular el desarrollo de los espectáculos taurinos sí, pero, ¡ojo!, sin desnaturalizarlos mediante alteraciones, cuantitativas o cualitativas, de cualquier tipo que sean.

En esa misma línea cabe recordar también que la protección del patrimonio cultural inmaterial incluye «el respeto y conservación de los lugares, espacios, itinerarios y de los soportes materiales en que descansan los bienes inmateriales objeto de salvaguarda» y que los «espacios vinculados al desenvolvimiento de las manifestaciones culturales inmateriales», las plazas de toros en este caso, «podrán ser objeto de medidas de protección conforme a la legislación urbanística y de ordenación del territorio por parte de las Administraciones competentes» (artículo 4).

La historia continuará, sin duda, porque estos nuevos empecinados no cejarán en su empeño por una sentencia más o menos, ya que tienen demostrado que no están dispuestos a acatar ninguna que no les dé la razón, pero la próxima vez nos encontrarán, sin duda, mejor armados.

La política, cuando llega a estos extremos, es un espectáculo grotesco, pero así seguirá siendo mientras algunos de sus actores se crean héroes.

Artículo escrito por Tomás-Ramón Fernández, miembro de la Comisión Jurídica de la Fundación Toro de Lidia, para el diario El Mundo el 4 de noviembre de 2016.

Mujeres toreras

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Mujeres toreras







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En este episodio se repasa la historia del toreo femenino desde mediados de siglo XIX hasta la actualidad, señalando cómo este siempre ha ido ligado al desarrollo de los movimientos sociales por los derechos de la mujer.

Locutado por Gonzalo Bienvenida y Victoria Collantes, ha contado con la participación de Mari Fortes (torero), Cristina Sánchez (torero), Eneko Andueza (portavoz del grupo socialista en el Parlamento Vasco), Lea Vicens (rejoneadora) y Muriel Feiner (periodista).

Este episodio ha sido impulsado por la Fundación del Toro de Lidia, con la colaboración del Ministerio de Cultura y Deporte. 

  • Guión y producción: Lidia Cossío de la Iglesia.
  • Documentación: Guillermo Vellojín. 
  • Comité Editor: Robert Albiol, Muriel Feiner, Alipio Pérez-Tabernero, David Jaramillo. 

Notas: 

  • Alicia Tomás no dejará el teatro, por Madriles, Pepe, Hoja del Lunes, Madrid, 6/IV/1970, nº1619, p.27.
  • Beauvoir, Simone de, El segundo sexo, Ediciones Cátedra, Madrid, 2005.
  • Beauvoir, Simone de, La fuerza de las cosas, Editorial Edhasa, Barcelona, 1980.
  • Cintrón, Conchita, Recuerdos, Espasa Calpe, Madrid, 1962.
  • Claramunt, Fernando, Historia ilustrada de la tauromaquia, Espasa Calpe, Madrid, 1989.
  • Condesa d’ Aulnoy, Relación del viaje a España en 1679, Editado por Luis Bocos (en C.C)
  • Cossío, José María de, Los toros, tratado técnico e histórico, Espasa Calpe, Madrid, XI tomos.
  • El caso 112, Documentos TV. 6 de febrero de 1991 (https://www.rtve.es/alacarta/videos/documentos-tv/documentos-tv-caso-112/645093/)
  • Feiner, Muriel, La Mujer en el mundo del toro, Alianza Editorial, Madrid, 1995.
  • Feiner, Muriel, Mujer y tauromaquia: desafíos y logros, Ediciones Bellaterra, Barcelona, 2017.
  • Ferrer Valero, Sandra, Pioneras del feminismo: una historia de las primeras mujeres luchadoras, Principal Libros, Barcelona, 2020.
  • Friedan, Betty, La mística de la feminidad, Ediciones Cátedra, Madrid, 2016.
  • García Antón, Rafael, Juanita Cruz, su odisea, Artes Gráficas Sol S.A, Madrid, 1982.
  • Insúa, Alberto, La Mujer, el torero y el toro, Ediciones Favencia S.A, Barcelona, 1971.
  • La actriz Alicia Tomás contratada como torera, Hoja del Lunes, Madrid, 30/III/1970, nº1618, p.21.
  • La fiesta de los toros, La Voz: diario republicano, Córdoba, 13/VIII/1934, nº5294
  • Llegó la hora de la verdad para las mujeres torear, por Dávila, José Luis, Hoja del Lunes, Madrid, 19/VIII/1974, nº1844, p. 16.
  • Los toreros piden luz verde para Ángela Hernández, Diario de Burgos, Burgos, 31/VII/1974, nº25.726, p.9
  • María Salomé, La Reverte, Crónica Gráfica, ABC, 25/VII/1908, Madrid.
  • Miguel, Ana de, Los feminismos a través de la historia, Mujeres en Red (periódico feminista), 2011.
  • Millet, Kate, Política sexual, Ediciones Cátedra, Madrid, 2017.
  • Montero, Paco, Vida y arte de Conchita Cintrón, Editorial Católica Española, Sevilla, 1948.
  • Navarrete Betancourt, Francisco, Toros y toreros en Venezuela, Talleres Gráfico Americano, Caracas, 1972.
  • Portada de The Kon Leche del 29/XI/1912, Madrid, nº.26.
  • Retratos viejos. Dolores Pretel Úbeda, La fiesta brava, semanario taurino, 1/VI/1928, Barcelona, nº95, p. 3.
  • Rivas Santiago, Natalio, Semblanzas taurinas,Editorial Mediterráneo, Madrid, 1946.
  • Schubert, Adrian, A las cinco de la tarde: una historia social del toreo, Editorial Turner, Madrid, 2002.
  • Varela, Nuria, Feminismo para principiantes, Ediciones B, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2019.
  • Vicent J.R, Kehoe, Wine, Women and Toros, Hasting House Publishers, Nueva York, 1961.
  • Wollstonecraft, Mary, Vindicación de los derechos de la mujer, Biblioteca Libre Omegalfa.

Ilustración y barbarie

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La modernidad es hija de la Ilustración, de las luces, de la razón. El hombre moderno se caracteriza por el atrevimiento de pensar por sí mismo, de hacer uso de su propia razón para examinar a su luz todos los ámbitos de la vida. No reconoce más autoridad que el dictado de la razón, a cuyo criterio y a cuya crítica debe plegarse todo lo habido y por haber: nada escapa a su «donoso y grande escrutinio». La Ilustración pretende sacar al hombre de su «culpable minoría de edad», liberarle del prejuicio, la ignorancia, la superstición, hacerle abandonar la brutalidad y la bajeza irracional de sus costumbres. Proclama así un nuevo inicio (lo «moderno», etimológicamente, es lo reciente) frente a lo antiguo, lo tradicional, lo arcaico o lo primitivo: todo aquello que por su origen y transmisión se muestra reacio a la razón y ha de ser reformado por esta o simplemente arrumbado y dejado atrás en aras del progreso de las luces; no digamos cuando se obstina en forma de oscurantismo y amenaza con truncar ese avance. (Es en esta clave como hay que entender la defensa que nuestros mejores ilustrados, un Jovellanos, un Vargas Ponce, hacen del «saludable designio» de abolir el espectáculo taurino, «por tantos títulos bárbaro, expuesto e indecoroso»).

La Ilustración, así pues, se concibe y define a sí misma frente a algo otro, su otro: la barbarie. La barbarie entendida como ausencia o insuficiencia de luces, como un antes de la civilización o una recaída en los tiempos oscuros que la precedieron. Luz y tiniebla, nítidamente delimitadas una de otra, al modo de un Limes Germanicus, la frontera que separaba y guardaba el Imperio romano de las tribus bárbaras no sometidas a su ley. Trazando incansablemente esa línea de demarcación, el espíritu de las luces se mantiene vigilante. Y no debe desfallecer en su vigilia. 

Esto último lo supo bien Francisco de Goya: «El sueño de la razón produce monstruos». El Goya ilustrado quiso denunciar en sus Caprichos «los errores y vicios humanos» y «la multitud de extravagancias y desaciertos que son comunes en toda sociedad civil» (Moratín) cuando se apaga la luz de la razón. Pero la mirada del pintor plasmará después «los desastres de la guerra»: la brutalidad y la barbarie… nacidas de las luces. La ensoñación de la razón imbuida de sus propios ideales, ese otro sueño de la razón, también produce monstruos. Goya, con una lucidez desengañada de esos otros ensueños, explora «la sombra de las luces» (Todorov), las «potencias á obscuras», a las que se encomendó Quevedo en Los Sueños. Los inquietantes grabados de Goya son visiones de una razón extraviada en su luz deslumbrante que se torna sombra. 

Por eso es Goya nuestro contemporáneo, porque anuncia el horror de un siglo, el xx, que asistirá a una nueva forma de barbarie surgida del mismo proceso de la civilización. La Ilustración incurre en una trágica «dialéctica»: los medios racionales destinados a la liberación del hombre se convierten en el mecanismo de su dominación. Una barbarie civilizada, más poderosa y destructiva por ello, y más insidiosa, que la barbarie a la que se oponía el discurso ilustrado. Pero esto obliga a repensar la noción misma de Ilustración. Y a redefinir el trabajo de la cultura y la intervención del pensamiento libre en la sociedad.

El pensamiento libre no es la proyección de una luz uniforme, totalizadora, cegadora; su elemento es la luz del claroscuro, rica en matices, diferencias, contrastes. No se presenta armado con los prestigios de la ideología, sino vestido con la duda serena de la inteligencia. No se adhiere a ningún dogma, por «racional» que fuere, sino que practica el juicio y la ponderación. No alega la Razón, con mayúscula, sino la razonabilidad y el buen sentido. No busca promover un bien absoluto, mucho menos imponerlo, sino que sopesa con atención los bienes y los males relativos. Es heredero, así, del mejor espíritu de la Ilustración. Y prudente salvaguarda contra toda especie de barbarie civilizada.

En 1931, el escritor alemán Ernst Toller viene a España a conocer sobre el terreno la nueva situación política y social tras la proclamación de la República. En Madrid, movido por la curiosidad, decide asistir a una corrida de toros, aunque se había jurado no acudir nunca más a semejante espectáculo, que había visto por primera vez en el sur de Francia. Al cabo del festejo tiene impresiones encontradas. Por un lado, sus «objeciones claras y razonables contra las corridas de toros». Por otro, la vivencia de «los lances», «la sinfonía de colores», «los pasos danzarines del torero», «los ademanes matemáticamente calculados de su brazo», su «juguetona superioridad» en el desprecio a la muerte. Concluye su relato: «Cuando la corrida había terminado, estaba yo en el ruedo en el atardecer violeta. Dos niños de seis o siete años jugaban al toro y al torero. ¡Qué conocimiento minucioso de las reglas del toreo, qué dominio lleno de gracia de los cuerpos infantiles! No sabía qué había de admirar más, si la belleza de los ojos negros del toro o el encanto infinito del torero…».Una Ilustración, pues, a la luz tenue del atardecer. La «claridad del toreo», que dijera José Bergamín.

Ramon Fontserè (Els Joglars): “España era más libre hace 40 años”

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Chapu Apaolaza, director del Instituto Juan Belmonte de la Fundación Toro de Lidia, entrevista al director de Els Joglars, persona clave en la cultura española, para hablar de escena, provocación, algo de toros, libertad y del poder del teatro y de la cultura como provocación, vanguardia y capacidad de poner en solfa yodos los tabúes de la sociedad.

Por qué la censura de cuentas taurinas en las redes es perjudicial incluso para los antitaurinos

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No es infrecuente, por desgracia, enterarse de la noticia de que ha sido clausurada una cuenta de contenido taurino en alguna red social. Esto no es nuevo, ya en 2012 podíamos leer la noticia de que Youtube estaba cerrando cuentas, Tik Tok no permite contenido taurino, y la red de videos Vimeo, a la que muchos se habían trasladado,  ha cerrado en 2020 y de manera que se podría calificar casi de sistemática, multitud de ellas: Mundotoro, Aplausos, Cultoro, La Maestranza Pagés, Burladero, Diego Ventura etc. 

A los afectados no les dieron, por lo general, más explicaciones que las de que la cuenta cancelada viola las reglas particulares de la red. Es curiosa, sin embargo la contestación que se dio a Mundotoro: puede que el contenido tenga un significado cultural, incluso que el canal tenga un enfoque periodístico, pero no nos encaja, así que mucha suerte buscándote otra red. 

Para defender la supresión de estas cuentas se puede argumentar que estas redes son empresas privadas, que establecen sus propias reglas de uso las cuales aceptas cuando te das de alta, y que por tanto si las incumples, según su criterio, ya sabes a qué atenerte. Pero esta sería una opinión que estaría fuera de la realidad de lo que son, de verdad, estas redes sociales. 

Youtube, Facebook, Twitter, Vimeo, Tik Tok, Instagram,, etc. no son empresas “normales” y no pueden tratarse como si lo fueran. Se ha dicho, con razón, que conforman una oligarquía digital, tal es su enorme influencia. Son poderes salvajes, en el sentido de que no quieren ser limitados por ninguna norma que no sea la que ellos establezcan, ni por ningún Estado, y que ahora mismo tienen en sus manos la infraestructura clave para el ejercicio de la libertad de expresión en el mundo.

Y que eso es así se vio claramente cuando Twitter decidió suprimir unilateralmente y de manera definitiva la cuenta nada menos que de Donald Trump, mientras era presidente de los Estados Unidos, lo cual ha causado gran controversia y ha abierto los ojos a muchos, porque el mensaje es muy claro: si los CEO de esas compañías puede enmudecer al presidente de la nación más poderosa, pueden hacer lo que quieran con cualquiera.  En esa línea, se pregunta Thierry Breton, comisario europeo de  Mercado Interior: “¿debería esa decisión estar en manos de una empresa de tecnología sin legitimidad democrática o supervisión? El hecho de que un CEO pueda desconectar el altavoz de POTUS (la cuenta del Presidente de EEUU) sin ningún tipo de control y equilibrio es desconcertante”. 

Por su parte, alguien poco sospechosa de ser defensora de Trump, la canciller alemana, Angela Merkel, considera «problemático» el paso dado por Twitter y otras redes sociales. Y añade: «Es posible interferir en la libertad de expresión, pero solo según la ley y dentro del marco definido por el legislador, no por decisión de la dirección de plataformas de redes sociales».

Volvamos ahora al tema de la cancelación de cuentas de contenido taurino, pero con la nueva perspectiva que nos proporciona lo que hemos expuesto: estas grandes redes sociales no son simples empresas privadas que deciden el contenido de aquéllas con sus reglas de admisión, sino verdaderos actores sistémicos para la comunicación social en el mundo, irreemplazables, imprescindibles, con un poder incontrolado y que pretenden decidir los límites de la libertad de expresión y de la cultura por sí mismos, sin atender a las leyes de los estados democráticos. Así expuesta la situación, se ve claramente que la situación es de un amenazante peligro para las libertades. 

En ese sentido, que se cancelen cuentas taurinas debería ser motivo de preocupación y rechazo no solamente para los propios aficionados y profesionales, sino incluso para los que querrían prohibir la tauromaquia. Porque significa ni más ni menos que una sola persona, el CEO de la red social correspondiente, puede decidir en soledad sobre lo que publica cualquiera y eliminarlo si le parece, sin dar explicaciones, aunque el contenido no sea ilegal, o sea considerado cultura en un estado democrático como España, o esa cuenta contenga material de años que ya no se podrá recuperar, o incluso esa cuenta sea una parte del negocio del propietario y su supresión un perjuicio empresarial. Esto es malo para todos.

Si alguien considera aceptable que sea cancelado en redes contenido taurino -el cual es considerado legalmente en España patrimonio cultural inmaterial-  porque es contenido que le disgusta, entonces está aceptando poner en manos de gente que ya es demasiado poderosa y que no tiene intención de respetar la legislación democrática derechos esenciales como la libertad de expresión o el debate público. A partir de ahí, debería admitirse que Facebook, Instagram, Twich o Twitter cancelaran cuentas de personas negras, o de derechas, o de religión cristiana, o de partidarios de la energía nuclear, o incluso imágenes de cuadros de museos que tengan contenido erótico, simplemente porque así lo pone en sus reglas de uso. Por tanto, a cualquier persona defensora de la libertad, el estado de Derecho y la democracia, incluso aunque fuera antitaurina, debería preocuparle esta censura.

Este asunto es muy complejo y está ganando importancia muy rápidamente, tan rápido como el crecimiento exponencial de la influencia de las redes sociales en la política, la sociedad, la economía y la democracia mundiales. Y la tauromaquia es, de nuevo una piedra de toque en relación con el tipo de sociedad que queremos. Si nos parece bien que se supriman contenidos taurinos porque personalmente no nos gustan, estamos aplaudiendo que los CEO de las redes sociales, muchas veces unos completos ignorantes sociales y culturales, decidan qué es lo que podemos o no podemos ver, y nos traten como a menores de edad. Y si esto último nos parece totalmente rechazable, entonces no caben matices en función de nuestros gustos personales y hay que defender sin fisuras ni titubeos la libertad de expresión dentro de la legalidad. Nos va mucho en ello.

Y es que, como dice Noam Chomsky, si no creemos en la libertad de expresión para la gente a la que no valoramos en absoluto, no creemos en la libertad de expresión para nada.

Las Suplicantes llevaban blackfaces

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No es el título de una novela policiaca sino de algo que acaeció en la mismísima Universidad de la Sorbona, en 2019: unos colectivos – la Liga de Defensa Negro Africana (LDNA) y la Brigada Antinegrofobia -, apoyados por unos grupos de estudiantes afines, impidieron la entrada de los espectadores y secuestraron de forma agresiva a actores de la compañía de teatro clásico que iba a representar Las Suplicantes de Esquilo (¡qué honor y qué actualidad para el autor trágico, ser censurado 2.400 años más tarde!) ¿Cuál era el atropello cometido por tal proyecto? El coro de las Danaides, las hijas de Danaos, fugadas de Egipto para evitar un casamiento forzoso y pedir asilo en Argos, iban a llevar mascarillas (como era preceptivo en el teatro griego) y pinturas en los brazos oscuras. Por un salto vertiginoso en el tiempo esto fue asimilado por los grupos de vigilancia antirracistas a los degradantes blackfaces, maquillajes que se imponían en Estados Unidos, en el siglo XIX y principio del XX, a actores blancos para caracterizar, y más bien caricaturizar, a los negros. 

Este acto callejero de prohibición, que ha afectado últimamente a otros eventos artísticos en varios países occidentales, tiene unos significados que interpelan nuestra sociedad. En primer lugar, se nutre de la ignorancia y del contrasentido. Las Danaides, quemadas al sol de África, son unas jóvenes refugiadas que claman su derecho a elegir, o no, casarse con hombres; la lucha feminista, núcleo de la tragedia, queda totalmente perdida de vista por los bien intencionados censores. En segundo lugar, se está perdiendo cada vez más, hoy en día, el legado fundamental de los griegos, y en particular de su teatro trágico: la conciencia de una comunidad humana unida por valores universales, más allá de los conflictos y de las diferencias que nos oponen los unos a los otros. Hoy, en el rumbo que toman nuestras sociedades, casi no existen humanos, sino colectivos, grupos sometidos a la dictadura de las identidades, como reza el título de un reciente ensayo. Se supone que los que no comparten totalmente esta identidad sacralizada son de alguna manera adversarios, y que no hay diálogo posible con ellos. Por ello, últimamente en Francia, un sindicato estudiantil organiza debates sobre el racismo del cual son excluidos los blancos, mientras que un movimiento “neofeminista” reserva a mujeres un coloquio sobre la discriminación sexual. “El infierno, son los otros”, proclamaba un personaje de la obra teatral de Sartre, A puerta cerrada. Esta frase se hace actual. En la mirada de los otros cada ser humano se reduce hoy a lo que implica su supuesta identidad; ya no se le otorga la capacidad y la libertad de superar dicho determinismo, de sobrepasar sus fronteras. Lo malo es que esta fragmentación del pensamiento se manifiesta a escala mundial. 

“El teatro es el lugar de la metamorfosis, no el refugio de las identidades”, explicó para disculparse el director de la compañía que quería representar Las Suplicantes. Esto vale para toda obra literaria y artística. Se funda en la transgresión y en la alteridad, o sea en el deseo de acoger al otro, de convertirse en el otro. No se somete a ningún prejuicio, a ningún moralismo superpuesto y cerrado. 

El hecho de que se cometa un acto de censura en una universidad es todavía más grave, pues se contradice la vocación y el lema de dicha institución docente; está dedicada a acoger la universalidad de los planteamientos científicos y culturales por poco que sean argumentados. 

Censuras, inquisiciones y nuevos Guardias rojos, ¿Quién iba a decir que estos escollos de otros tiempos iban a remontar en el nuestro?

Respetarás al hombre, defenderás al toro

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Los toros hay que defenderlos sobre todo si no te gustan. No es mi caso, porque a mí me gustan los toros, aunque entiendo de toros mucho menos de lo que me gustaría. Pero al menos sé que no sé de toros porque soy un ignorante, no porque una civilización superior me haya enviado desde el futuro a una España de carnívoros primarios para evangelizar a sus santas especies y salvar el condenado planeta.

Para empezar, al planeta le da exactamente lo mismo si sobre su superficie mugen poderosos victorinos recortando su cárdena estampa al sol de una dehesa o si toda la biodiversidad terrestre ha quedado reducida al gambeteo de las cucarachas bajo las piedras tiznadas por un holocausto nuclear. La bola cósmica donde azarosamente vivimos no tiene preferencias bioéticas ni sentimientos antropomorfos, y esta vieja evidencia debemos recordársela a todos los niños de 50 años de nuestros días: el planeta no necesita que lo salve ningún activista con los nervios destrozados por nueve décadas de animismo Disney. Los que necesitamos salvación, y de manera urgente, somos los homínidos de la especie sapiens sapiens. Y la mayor amenaza para nuestra supervivencia la representan otros sapiens sapiens que se han propuesto que este sea el siglo más gilipollas desde que bajamos de un árbol en África hace 300.000 años.

Defender los toros cuando te gustan tiene poco mérito. Si te conmueve el valor de un hombre enfrentado a un animal salvaje con un trapo rojo y un código estético bajo la mirada frecuentemente enfurecida de una plaza llena, entonces defenderás los toros como el hijo reivindica el carácter peculiar de su madre o el clérigo protege a su iglesia de ciertas desviaciones. Esa clase de defensa está bien, no deja de tener lógica que los taurinos defiendan los toros; pero no es lo ideal. Tampoco estoy sugiriendo que enviemos misioneros a tierras de animalistas: bastante tienen con no desatar un fratricidio cuando uno se entera de que otro miembro de la tribu ha cedido a unas aceitunas rellenas de anchoa, no digamos ya a un plato de jamón.

Lo que digo es que la tauromaquia solo puede perdurar mientras los indiferentes entiendan que en esa plaza a la que jamás acudirá se defiende la libertad del ser humano. No la del ser humano español, ni mucho menos la del ser humano español de derechas: en esa plaza aún se defiende la amenazada autonomía del hombre que es dueño de su rito, soberano de su criterio y heredero de su civilización. Y allí donde se defiende la libertad de unos, se defiende la de todos.

No es la conservación del toro de lidia, no es el calor patriotero de la fiesta nacional, no son ni siquiera los cuadros de Picasso ni los versos de Lorca. Ninguno de esos argumentos me convencen. Hay que tirar por elevación: los toros se defienden porque los hombres se respetan. Se respeta su amor al toro esmeradamente criado. Se respeta su dinero ganado y gastado en un abono. Se respeta su ilusión y su decepción, ambas invencibles en el buen aficionado. Se respeta la complejidad del pueblo genuinamente retratado en un tendido, tan lejos de la caricatura del placer sádico y tan cerca del ideal crítico -kantiano- que a la política hace mucho nadie le exige. Y se respeta, por supuesto, a San Isidro.

De modo que a los toros hay que ir como siempre se fue, sin rencor y sin petulancia, pero decididos a repasar aquel borroso trazo en la arena donde empezaba nuestra pasión de hombres libres.

El toro bravo y su ecosistema

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La existencia del toro bravo discurre en un ecosistema peculiar, la dehesa, del cual depende. Pero la dehesa también depende del toro bravo. Lo que el toro bravo representa como especie desde una perspectiva ecológica no se considera normalmente, en todo su alcance, en debates acerca de su situación actual. El toro es una de las 270 especies de bóvidos que existen en el mundo (que incluyen antílopes, búfalos, bisontes, muflones, cabra montés, etc.- animales entre 2,5 y 1200 kg de peso corporal) y representa un “remanente” de la megafauna que caracterizó el período Pleistoceno. Al final de este período, hace unos 15000 años, tuvo lugar la extinción de numerosas especies de esta “gran fauna”: animales espectaculares como mamuts, mastodontes, gonfoterios, perezosos gigantes terrestres, grandes felinos (dientes de sable). El toro bravo es legado directo de una de estas extinciones, el uro o auroch, un toro salvaje entre las más de 300 especies extintas conocidas de esta familia Bovidae, que se originó hace unos 23 millones de años en el límite del Oligoceno y Mioceno. El último uro registrado data de 1627 en Polonia, y probablemente el toro bravo es la especie más próxima a él que tenemos; de ahí el papel del toro en estos ecosistemas, legado de esa ascendencia de bóvidos salvajes.

Remanentes de esta fauna (elefantes, rinocerontes, jirafas, búfalos y una gran diversidad de antílopes) persisten aún en África en ecosistemas como la sabana, cuyo paisaje muestra analogías claras con la dehesa española. Son hábitats abiertos con un paisaje que técnicamente se denomina “en dos fases”: extensos pastizales jalonados aquí y allá por rodales de vegetación leñosa y arbustos, junto con árboles aislados esparcidos por todo el paisaje. La megafauna es esencial para el mantenimiento y persistencia de estos ecosistemas; por ejemplo, cuando se extinguen los grandes herbívoros estos hábitats se matorralizan, perdiendo áreas abiertas de pastizal e incrementándose la frecuencia e intensidad de los incendios al ganar cobertura los arbustos y árboles. No sólo eso, hay otros efectos subsecuentes, como el aumento de las poblaciones de roedores y la mayor incidencia de patógenos como hantavirus y otras enfermedades emergentes. Por ello la conservación de los grandes animales (megafauna) es fundamental para garantizar la conservación de estos ecosistemas. Somos afortunados en que nuestros ecosistemas de dehesa aun mantienen al toro bravo como un superviviente de esta megafauna, pero su futuro como especie no está ni mucho menos garantizado.

El patrimonio zootécnico más importante de España, la raza bovina de bravo, está perdiendo efectivos y diversidad genética de forma acelerada y sin posibilidad de retorno. El papel de testigo de esos linajes de megafauna tan fundamentales en los ecosistemas se va perdiendo paulatinamente. Tradicionalmente se reconocen cinco denominadas castas fundacionales (Navarra, Cabrera, Gallardo, Vazqueña y Vistahermosa) que agrupan a 16 encastes diferentes y líneas procedentes de la Casta Vistahermosa (MAPAMA, Real Decreto 60/2001). Con más de 900 ganaderías en activo, la biodiversidad genética y acervo zootécnico que ello representa es enorme, aunque su pérdida es constatable. Varias castas están extintas ya, desaparecidas, y una alta proporción de los encastes está en peligro de extinción, con muy escasa representación actual. Ello no es exclusivo de la raza brava, pues se están extinguiendo muchas razas autóctonas de animales domésticos, al igual que de especies de plantas cultivadas: se han extinguido razas de cabras, asnos, gallinas y también variedades de olivo, manzano, etc. Un último censo de efectivos de la cabaña brava en 2010 señalaba en peligro a 15 de un total de sus 21 líneas/encastes, con una de ellas en situación crítica; pero, con seguridad, estas cifras son peores actualmente. Muchas de estas líneas son conservadas exclusivamente por la iniciativa, afición, e interés de los ganaderos, continuadores muchas veces de décadas de tradición en la cría del ganado bravo. Ello ha favorecido la enorme diversidad genética del toro bravo, mucho más alta que la de otros bovinos europeos, con pautas de selección específicas de cada criador que han diversificado la raza, pero este acervo se está perdiendo irremediablemente.

Las ganaderías de bravo en España mantienen algo más de 480.000 ha de superficie, en su mayor parte áreas de gran valor ecológico (ocupan aproximadamente la séptima parte de las dehesas de la Península Ibérica) donde unas 200.000 cabezas de ganado bravo coexisten con una alta diversidad de especies animales y también de plantas. Por ejemplo, una superficie de sólo 20 x 20 cm (0,04 m2) de un pastizal Mediterráneo bien conservado en una de estas dehesas puede albergar hasta 16-20 especies de plantas herbáceas, y centenares de especies en áreas más extensas. Un pastizal diverso en especies es fundamental para garantizar una dieta equilibrada para los animales herbívoros, tanto domésticos como silvestres. Al igual que en un ecosistema silvestre, el sobrepastoreo por abundancia excesiva de grandes herbívoros tiene consecuencias perversas para la estabilidad de los ecosistemas. Por tanto la gestión adecuada y sostenible de las explotaciones ganaderas de bravo es clave para garantizar su calidad y el mantenimiento sostenible del agroecositema de dehesa.

En relación con estos aspectos que señalamos, el reto que tenemos pendiente respecto al toro bravo es garantizar su persistencia como especie y su papel central en el mantenimiento del ecosistema de dehesa, con toda la biodiversidad que alberga. Ello no va a ser fácil, ya que a los problemas globales que tenemos para conservar la biodiversidad del planeta y su riqueza de especies silvestres se une la situación específica del ganado bravo actualmente y el polarizado debate que protagoniza. Como elemento de tal discusión no deberíamos ignorar lo que el toro bravo representa como especie y su papel ecológico, clave en la conservación de áreas que mantienen una alta biodiversidad.