viernes, marzo 29, 2024

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El toro bravo y su ecosistema

La existencia del toro bravo discurre en un ecosistema peculiar, la dehesa, del cual depende. Pero la dehesa también depende del toro bravo. Lo que el toro bravo representa como especie desde una perspectiva ecológica no se considera normalmente, en todo su alcance, en debates acerca de su situación actual. El toro es una de las 270 especies de bóvidos que existen en el mundo (que incluyen antílopes, búfalos, bisontes, muflones, cabra montés, etc.- animales entre 2,5 y 1200 kg de peso corporal) y representa un “remanente” de la megafauna que caracterizó el período Pleistoceno. Al final de este período, hace unos 15000 años, tuvo lugar la extinción de numerosas especies de esta “gran fauna”: animales espectaculares como mamuts, mastodontes, gonfoterios, perezosos gigantes terrestres, grandes felinos (dientes de sable). El toro bravo es legado directo de una de estas extinciones, el uro o auroch, un toro salvaje entre las más de 300 especies extintas conocidas de esta familia Bovidae, que se originó hace unos 23 millones de años en el límite del Oligoceno y Mioceno. El último uro registrado data de 1627 en Polonia, y probablemente el toro bravo es la especie más próxima a él que tenemos; de ahí el papel del toro en estos ecosistemas, legado de esa ascendencia de bóvidos salvajes.

Remanentes de esta fauna (elefantes, rinocerontes, jirafas, búfalos y una gran diversidad de antílopes) persisten aún en África en ecosistemas como la sabana, cuyo paisaje muestra analogías claras con la dehesa española. Son hábitats abiertos con un paisaje que técnicamente se denomina “en dos fases”: extensos pastizales jalonados aquí y allá por rodales de vegetación leñosa y arbustos, junto con árboles aislados esparcidos por todo el paisaje. La megafauna es esencial para el mantenimiento y persistencia de estos ecosistemas; por ejemplo, cuando se extinguen los grandes herbívoros estos hábitats se matorralizan, perdiendo áreas abiertas de pastizal e incrementándose la frecuencia e intensidad de los incendios al ganar cobertura los arbustos y árboles. No sólo eso, hay otros efectos subsecuentes, como el aumento de las poblaciones de roedores y la mayor incidencia de patógenos como hantavirus y otras enfermedades emergentes. Por ello la conservación de los grandes animales (megafauna) es fundamental para garantizar la conservación de estos ecosistemas. Somos afortunados en que nuestros ecosistemas de dehesa aun mantienen al toro bravo como un superviviente de esta megafauna, pero su futuro como especie no está ni mucho menos garantizado.

El patrimonio zootécnico más importante de España, la raza bovina de bravo, está perdiendo efectivos y diversidad genética de forma acelerada y sin posibilidad de retorno. El papel de testigo de esos linajes de megafauna tan fundamentales en los ecosistemas se va perdiendo paulatinamente. Tradicionalmente se reconocen cinco denominadas castas fundacionales (Navarra, Cabrera, Gallardo, Vazqueña y Vistahermosa) que agrupan a 16 encastes diferentes y líneas procedentes de la Casta Vistahermosa (MAPAMA, Real Decreto 60/2001). Con más de 900 ganaderías en activo, la biodiversidad genética y acervo zootécnico que ello representa es enorme, aunque su pérdida es constatable. Varias castas están extintas ya, desaparecidas, y una alta proporción de los encastes está en peligro de extinción, con muy escasa representación actual. Ello no es exclusivo de la raza brava, pues se están extinguiendo muchas razas autóctonas de animales domésticos, al igual que de especies de plantas cultivadas: se han extinguido razas de cabras, asnos, gallinas y también variedades de olivo, manzano, etc. Un último censo de efectivos de la cabaña brava en 2010 señalaba en peligro a 15 de un total de sus 21 líneas/encastes, con una de ellas en situación crítica; pero, con seguridad, estas cifras son peores actualmente. Muchas de estas líneas son conservadas exclusivamente por la iniciativa, afición, e interés de los ganaderos, continuadores muchas veces de décadas de tradición en la cría del ganado bravo. Ello ha favorecido la enorme diversidad genética del toro bravo, mucho más alta que la de otros bovinos europeos, con pautas de selección específicas de cada criador que han diversificado la raza, pero este acervo se está perdiendo irremediablemente.

Las ganaderías de bravo en España mantienen algo más de 480.000 ha de superficie, en su mayor parte áreas de gran valor ecológico (ocupan aproximadamente la séptima parte de las dehesas de la Península Ibérica) donde unas 200.000 cabezas de ganado bravo coexisten con una alta diversidad de especies animales y también de plantas. Por ejemplo, una superficie de sólo 20 x 20 cm (0,04 m2) de un pastizal Mediterráneo bien conservado en una de estas dehesas puede albergar hasta 16-20 especies de plantas herbáceas, y centenares de especies en áreas más extensas. Un pastizal diverso en especies es fundamental para garantizar una dieta equilibrada para los animales herbívoros, tanto domésticos como silvestres. Al igual que en un ecosistema silvestre, el sobrepastoreo por abundancia excesiva de grandes herbívoros tiene consecuencias perversas para la estabilidad de los ecosistemas. Por tanto la gestión adecuada y sostenible de las explotaciones ganaderas de bravo es clave para garantizar su calidad y el mantenimiento sostenible del agroecositema de dehesa.

En relación con estos aspectos que señalamos, el reto que tenemos pendiente respecto al toro bravo es garantizar su persistencia como especie y su papel central en el mantenimiento del ecosistema de dehesa, con toda la biodiversidad que alberga. Ello no va a ser fácil, ya que a los problemas globales que tenemos para conservar la biodiversidad del planeta y su riqueza de especies silvestres se une la situación específica del ganado bravo actualmente y el polarizado debate que protagoniza. Como elemento de tal discusión no deberíamos ignorar lo que el toro bravo representa como especie y su papel ecológico, clave en la conservación de áreas que mantienen una alta biodiversidad.

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