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El genio de Domenico Gnoli

En abril de 1963, casi en la treintena, Domenico Gnoli aterriza en Mallorca. Pintor e ilustrador ya reconocido, artista de nacimiento de hecho, dado el ambiente en el que creció entre un padre crítico de arte y una madre ceramista, Gnoli se ha separado recientemente de su mujer, la modelo Luisa Gilardenghi, y quizás esté cansado de la vida social y la jet set que ha frecuentado durante años, sobretodo entre Nueva York y Londres. El caso es que, como dicen, el amor por Mallorca es inmediato. El clima templado, la lejanía de la excesiva sociabilidad, los encuentros con artistas e intelectuales que cuidan los detalles contribuyen a una decisión drástica: tomar una casa en Deià, un pequeño pueblo del norte de la isla. Se abren años extraordinarios. El amor por la pintora Yannick Vu, con quien se casa en 1965, corona un sueño de paz. Pero esta paz, destinada a terminar pronto con la rápida enfermedad y muerte que llegará en 1970, llevándose un talento sin igual, no es desapego del constante desafío al que Gnoli se ha entregado siempre y que descubre en su forma paradigmática frecuentando la plaza de toros y sumergiéndose en un mundo complejo del que conoce muchos aspectos generalmente prohibidos a los extranjeros.

Los aficionados podrán comprobarlo admirando las piezas expuestas en la extraordinaria retrospectiva que le ha dedicado la Fondazione Prada de Milán y que estará abierta hasta el 27 de febrero. Son imágenes en las que la atención y el amor por los detalles típicos de la investigación de Gnoli, toman el mando. Pero no podrían hacerlo sin un conocimiento que deja asombrado al competente. Después de todo, la pasión por los toros en Gnoli se había desarrollado siguiendo el más clásico de los enamoramientos. La de quien siempre ha visto el fenómeno como el residuo de un mundo arcaico y en cambio descubre inmediatamente que se trata de un rito vital. Una dimensión rica y compleja en la que nunca se deja de investigar y que demanda atención, dedicación y sobre todo amor, amor total. Para contarlo por escrito hay un breve reportaje esclarecedor que Gnoli publicó en 1966 en inglés. Entre las muchas y variadas formas de expresión del artista romano, no se debe subestimar la crónica reportaje que, además, acompañaba historias, cuentos de hadas, viajes oníricos, siempre ilustrados, como el famoso Orestes Or The Art Of Smiling.

Estamos en Palma de Mallorca y en el deslumbrante hotel donde se alojan muchos americanos, Gnoli es recibido por el apoderado de Palomo Linares para una particular invitación: el vestido del torero. Tiene 19 entonces el torero. Es aclamado como la gran revelación que causará sensación en el mundo del toro, quizás incluso más de lo que hizo El Cordobés unos años antes. Gnoli sigue a la joven promesa, que se prepara para torear junto a Julio Aparicio y El Viti. Cada detalle, al igual que en la forma expresiva que prefiere Gnoli, se ilumina desnudándolo. El carácter de los tres toreros se define en unas pocas pinceladas: Julio Aparicio ha perdido las ganas y el coraje, torea por dinero, es un profesional del ruedo. Palomo Linares es el niño que debe mostrar y asombrar. El Viti no se preocupa por el público sino por él mismo y hace posible el milagro. Y su secreto, como él mismo revela por la noche en un bar donde se toma “un excéntrico whisky con tónica”, es sencillo: “Yo amo de verdad, los toros “.


Una traducción de Vicente Royuela del artículo “Il genio di Domenico Gnoli”, del escritor Matteo Nucci. Puedes leer el artículo original aquí.

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