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jueves, octubre 16, 2025

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¿Hay futuro para la industria agroalimentaria?

Hay pocas cosas que tengamos que hacer todos los días de nuestra vida, pero quizás la más importante de todas sea alimentarnos, porque si no ingerimos alimentos y bebidas de las que extraemos nutrientes y energía, no sobrevivimos. Quien se encarga de suministrarnos esos alimentos y bebidas es la industria agroalimentaria, una industria a la que buena parte de la población presta poca atención, una industria que se enfrenta a un futuro lleno de dificultades. Y de eso quiero hablarles en los párrafos siguientes, advirtiéndoles que les transmitiré una visión muy personal y, por lo tanto, quizás poco coincidente con lo que muchos de ustedes, queridos lectores, opinan. Por eso, pido disculpas anticipadas a aquellos que pueda molestar.

Como decía, el sector agroalimentario se enfrenta a un futuro lleno de problemas. Como actores del sector, debemos aceptar este reto y no girar la cabeza. Recordemos que ya casi somos 8.200 millones de personas en el Planeta y nuestro acceso a una nutrición adecuada no es uniforme. Por eso, el hambre es el principal problema de la agroalimentación mundial, aunque los que tenemos la fortuna de vivir en zonas donde apenas hay hambruna no lo percibamos. Los números son escalofriantes: 1.900 millones de personas, el 23% de la población mundial pasan hambre y 343 millones están en riesgo de muerte inmediata por malnutrición. Y lo más preocupante es que es un problema concentrado en algunos países, sobre todo del África subsahariana y algunas zonas de Latinoamérica y Asia, donde hay gobiernos corruptos y es complicado hacer llegar la ayuda humanitaria. Y lo más triste es que producimos suficiente materia prima para que no hubiera hambre, pero perdemos buena parte de esta. En esos países pobres se pierde hasta la mitad y ocurre en los primeros eslabones de la cadena agroalimentaria, simplemente porque las zonas de almacenaje y la logística de distribución es nula o, si existe, tan primitiva que parásitos, ratas y microorganismos campan a sus anchas pudriendo todo lo que invaden. En contraste, los que tenemos la barriga llena perdemos un tercio de lo producido, pero al final de la cadena, porque pasa la fecha de caducidad en el punto de venta o hemos hecho una compra excesiva y se echa a perder en la nevera de casa.

El resto de los problemas del sector hacen referencia a la salud de los consumidores y a la salud del ecosistema agroalimentario. Empecemos por el primero. La obesidad se ha convertido en una gran pandemia. Es escalofriante ver los datos de OMS que indican que en los últimos 50 años se ha triplicado el número de personas con obesidad y sobrepeso en el Planeta, evidentemente en esos países, como el nuestro, donde apenas hay hambre. Hay que recordar que se trata fundamentalmente de un problema de dietas inadecuadas y de estilos de vida poco saludables. Por eso, desde el sector debemos defender la idea de que es responsabilidad de todos, de los productores y de los consumidores, desarrollar alimentos sanos y comer bien. Como es responsabilidad de cualquier sociedad que se precie fomentar el ejercicio físico, aunque sea a costa de pasar menos tiempo con el móvil o la Tablet y más andando o corriendo. Pero a esta catástrofe nutricional de la obesidad sumémosle otro bendito problema: cada vez vivimos más años. Aunque se menciona pocas veces, hace 100 años, la generación de nuestros bisabuelos, la esperanza de vida de los españoles estaba en torno a los 41 años y ahora está en 83. Algo bueno habrá pasado estas décadas para que pase algo así. Y en esencia, lo que ha ocurrido es que hace cien años había hambre en España, no teníamos agua potable ni seguridad social y los fármacos apenas existían. Además, en estos años nuestro sector agroalimentario ha avanzado notoriamente y ahora produce más alimentos con mayor seguridad alimentaria. Este trabajo nos enfrenta a un desafío de futuro: desarrollar alimentos específicos para este colectivo de seniors que requieren productos con una textura adecuada, con aromas y sabores concretos y con requerimientos nutricionales que prevengan la pérdida de músculo, los fallos del sistema inmunitario o la inflamación del tracto digestivo, entre otros. 

Y vamos al último bloque, el de la sostenibilidad, un bloque del que muchos opinan, aunque sepan poco. Es absurdo negar el cambio climático. Los datos son tan evidentes que cualquier adolescente con un poco de formación puede confirmarlo. Por eso, el sector agroalimentario debe enfrentar este problema con responsabilidad. No podemos girar la cara a hechos tan claros como que apenas queda superficie donde crecer nuestros cultivos o que la agricultura y la ganadería consumen el 70% del agua dulce utilizada en el Planeta. Pero de la misma forma que en el sector debemos ser responsables, debemos exigir responsabilidad a aquellos que dan noticias que son medias verdades o falsedades. Que un ministro dijera hace unos pocos años que hacer un kilo de ternera costaba 15.000 litros de agua era una media verdad que satanizaba al sector ganadero. Quizás este político debería haber recordado que hacer un kilo de arroz cuesta 5.000 litros de agua y anualmente se producen en el mundo diez veces más toneladas de arroz que de ternera. O que hacer un kilo de vainilla de donde se extrae la vainillina, el aroma más usado por la industria agroalimentaria, cuesta 100.000 litros de agua. Frente a estos números debemos pensar que soluciones tecnológicas pueden ayudarnos a reducir esa huella hídrica y les aseguro que hay muchas, desde procesos de agricultura de precisión a diseño racional de microorganismos o células vegetales, que crecidas en un fermentador, produzcan la misma cantidad de vainillina con un gasto de sólo 100 litros de agua. No hablamos de ciencia ficción, hablamos de realidades. Pero desgraciadamente la implementación de estas nuevas tecnologías choca, sobre todo en Europa, con una burocracia y una legislación extrema y, por qué no decirlo, con la actitud de algunos colectivos con la barriga bien llena que piensan que los desarrollos tecnológicos sólo traen problemas.

Hay una reflexión final que hacer y es que el futuro es complicado, sobre todo por la demografía del Planeta. Hace doscientos años sólo había 880 millones de personas y seis ciudades con más de un millón de habitantes. Ahora hay más de 450 ciudades, muchas de ellas en Asia o en Latinoamérica con más de 15 millones de habitantes. Hemos desplazado los sitios de producción de los de consumo y necesitamos una logística eficaz que traslade los alimentos al sitio de consumo rápidamente y sin problemas de seguridad alimentaria. Muchos de esos colectivos románticos piensan que la solución es hacer huertos urbanos en las grandes ciudades. Quizás me estoy haciendo viejo, pero no dejo de sorprenderme de su ingenuidad. 

En resumen, hay mucho trabajo por delante, pero la buena noticia es que, como indiqué anteriormente, hay mucha nueva ciencia y tecnología que aplicar para solventar los problemas de futuro de nuestro sector. Ahora bien, deberemos contarle a la sociedad, a nuestros clientes, por qué y para qué lo hacemos. Si no asumimos esa tarea de divulgación, esos otros colectivos contarán su versión, y generarán más prejuicios contra nuestro sistema agroalimentario. Este es un punto clave, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, debemos conseguir que nuestros hijos y nuestros nietos perciban desde bien pequeños que la industria agroalimentaria no es un monstruo, es justo lo contrario, es el colectivo que madruga y trabaja todos los días de la semana para que podamos comer bien.

Daniel Ramón Vidal es catedrático de Tecnología de los Alimentos en la Universidad Cardenal Herrera CEU

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