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sábado, octubre 11, 2025

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La “Fiesta no manifiesta”: Los Mexicanos 

Hay un secreto a voces muy bien guardado de plazas de toros hechas de palitos, que bordean la península de Yucatán con brillos dorados. De difícil acceso y lejos de los recorridos turísticos, pero que, una vez que entras y participas, te preguntas cómo no supiste antes de su existencia. Es como la película Ojos bien cerrados de Kubrick: si no te invitan, no sabes que en esa fiesta están todos tus colegas.

Mi proyecto Los Mexicanos comenzó años antes de conocer estas plazas, en Querétaro, San Luis Potosí y Tlaxcala, la zona ganadera de México. Me empeñé en hacer retratos de toros bravos. Pedía permiso a ganaderos con los que tenía cierta confianza, y ellos me ayudaban poniendo a mi disposición toros que yo retrataba guapos y peinados, como niños en la primera comunión.

Una cosa llevó a la otra, como suele pasar, y un día me vi inmerso en un recorrido por plazas artesanales y cuadrillas de toreros en un viaje a ninguna parte.

Quedé fascinado, exhausto, agobiado por la belleza, rendido ante la exuberancia del ambiente.

Difícil de describir. Miraba a mi alrededor y me decía a mí mismo: es el medievo. Más tarde rectificaba: no, es una fiesta familiar. Todo me producía confusión.

Es un raro cóctel entre un ambiente festivo pueril, Grecia y un toque marginal fronterizo. Realmente, uno no sabe dónde está. Te mareas por el calor húmedo, que es insufrible. Perdía el sentido geográfico.

Se llama “la fiesta no manifiesta”: 4.200 festejos anuales, 1.010 pueblos y ciudades y más de 6 millones de asistentes. Veneran vírgenes y santos.

Se organizan en comunidad para dar forma a la fiesta y armar las plazas. En orden y concilio, comparten gastos, guardan los troncos de madera que dan forma a las plazas de un año a otro. Los petates que adornaron el año anterior y embellecieron serán sustituidos por nuevos, y estos serán colocados en los techos con función de toldos.

Sucede año tras año, invariablemente, mostrándose como una tradición mestiza que rebasa el gusto por la tauromaquia. Es una manera de vivir y asumir las creencias culturales, incluso de los pueblos originarios, a lo largo y ancho de la República Mexicana. Es producto del sincretismo y un logro de integración en la estructura social de muchos pueblos y pequeñas comunidades.

Es 10 de enero de 2021 y estoy en Tizimín, Yucatán. Es la feria de Reyes.

El Zorro, guardián de la Tasita de Plata en Tlaxcala; Ovni, taxista entre semana; Tachuela y Conrado, que tienen una carnicería en un puesto de mercado, me invitan a la casa donde se van a cambiar. Entro y ya se están alistando. Escucho a Indio —así le llaman a Conrado por ser muy mestizo— decir:

“Hasta este momento éramos unos pinches güeyes; ahora, ya vestidos, somos reyes.”

Salen a la calle dirigiéndose a la plaza, saludando a todo aquel con quien se cruzan, y, por lo bajines, el Zorro, que es galanzote, va siriando a todas las señoritas con las que cruza miradas:

“A por ti regreso luego… ¿A qué hora se va tu marido?”

“Tú ya tuviste lo tuyo.”

“Tú no te me vuelves a escapar…

Y el resto es una tarde de toros criollos sin ningún tipo de importancia, como la mayoría de todas las corridas.

Bernardo Aja de Mauri

Fotógrafo

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