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domingo, abril 28, 2024

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Los toros en la América hispana

El origen de la fiesta en América se debe al temperamento festivo de los primeros españoles que se instalaron en el nuevo mundo

Para entender por qué la tauromaquia arraigó con fuerza en Hispanoamérica es preciso conocer el origen y naturaleza de los primeros pobladores españoles en el Nuevo Mundo. A partir del Descubrimiento de Cristóbal Colón, los habitantes del Bajo Guadalquivir, el triángulo de pueblos formado por Cádiz Sevilla y Huelva, durante los siguientes cincuenta años se lanzaron en sucesivas oleadas a la aventura de poblar aquellos territorios recién alumbrados, plagados de incertidumbres pero también de un novedoso destino vital.

Y este origen andaluz de los primeros pobladores determinó la personalidad de la América hispana. Es lo que se conoce como la cristalización cultural, el “sellado” en los hispanos de los rasgos de carácter de las gentes de la baja Andalucía, a consecuencia del mestizaje.

Porque como parte del inmenso bagaje colonizador de España figuraba la idiosincrasia de las gentes andaluzas, entre la cual estaba la afición desmedida a la fiesta, fuera religiosa o laica. El cruce con una población amerindia no menos festiva hizo que la fiesta formara de inmediato parte sustancial del mundo híbrido americano, con sus ingredientes principales: la celebración en familia, la música, la comida y bebida, el fuego y el toro, y este último no faltó desde entonces en multitud de festejos, como el toro ensogado o el toro de fuego.

«Méjico sería el país de América con mayor número de haciendas de ganado bravo»

Pronto aquellos pioneros andaluces de la colonización americana añoraron las corridas de toros propias de sus fiestas de origen, y las naves comenzaron a trasladar toros de lidia, hasta que se juzgó más rentable criar ganado propio que importarlo de la Península. Se atribuye a un primo de Hernán Cortés, Juan Gutiérrez Altamirano, el germen de la crianza de ganado bravo en América, para lo cual importó ejemplares de una casta de Navarra, formando en Méjico la ganadería de Atenco, que significa junto al río, iniciando con ella una larga tradición de toros rizosos, de corte más bien pequeño y pelo castaño.

Méjico, la Nueva España, sería el país de América con mayor número de haciendas de ganado bravo, y la demanda fue tan alta que pronto se formaron otras en el virreinato del Perú, siendo muy famosos los toros llaneros, criados en los extensos Llanos de la cuenca del Orinoco.

Ha sido constante motivo de estudio el hecho de que cuando los toros españoles eran trasladados a América, al implantarse y criar allí ganaban prestancia pero perdían bravura, lo cual ha sido siempre bien conocido por los toreros españoles, que se permitían suertes y riesgos impensables en las plazas peninsulares. La vistosidad, el colorido, los paisajes, plantas, aves y frutos son deslumbrantes en América y claramente superiores a los peninsulares, pero el sabor, el olor, el contenido, la calidad, no responden a la altura de su apariencia, y ello afecta también a la bravura de los toros.

Son muchas las voces que claman hoy contra la tauromaquia en Hispanoamérica, pero ello no se debe a razones biológicas, sino culturales. Si a este lado del Atlántico los ataques provienen del animalismo, que orilla la importancia de conservar el toro bravo como especie y su papel crucial en el funcionamiento ecológico de la dehesa, en América los ataques bajo capa del animalismo esconden la Leyenda Negra, la aversión ideológica y visceral a cualquier aspecto de la extensa y fecunda aportación civilizadora española.


Borja Cardelús Muñoz-Seca es escritor e hispanista.

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