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jueves, abril 25, 2024

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Las lecciones de “una fiesta no manifiesta”

Hace unos días, en Las Ventas y en el Instituto Juan Belmonte, ante nuestras mentes y ojos atónitos, los investigadores mexicanos Antonio Rivera, Marianne Gabriel y Renán Caballos desplegaron todos los detalles de la fiesta – taurina – “no manifiesta”, vigente en la Península del Yucatán desde mediados del siglo XVI.

No manifiesta porque, a pesar de la indiferencia de los medios mexicanos nacionales – ¡sin hablar de los internacionales! -, resulta que cada año, en unos 300 pueblos de las tres regiones del Yucatán, se celebran más de 2.100 festejos taurinos de muy diversa índole en honor a los “santos patrones”.

Hay días en que en la plaza de un mismo pueblo se corren un centenar de toros. Esto se explica por el compromiso religioso y económico de cada miembro de estas comunidades, que cumple con una promesa a la entidad de su devoción, ofreciendo un toro de muerte, si tiene recursos suficientes para hacerlo, o de lo contrario, una res que vuelve a ser lidiada en otra ocasión.

Aquí no hay espectadores, sino celebrantes. Pueden pasar muchas horas en su grada de una plaza efímera de madera y vegetales, edificada por ellos mismos, como “palqueros”. Eso también forma parte de la promesa, promesa materializada por banderillas adornadas y ofrecidas por mujeres.

En el ruedo improvisado, en el centro del cual se ha plantado una ceiba (árbol sagrado de los mayas), tienen lugar procesiones con las imágenes de Vírgenes y santos patrones, corridas y novilladas formales, encierros, charlotadas, becerradas para niños y muchas otras versiones taurinas.

El carácter religioso y hasta sacrificial de tales celebraciones, en las cuales el venado ofrecido a las deidades prehispánicas ha sido sustituido por el toro, evidencia un marcado sincretismo de los dos mundos, el maya y el hispánico. Recoge de forma muy significativa y oportuna las raíces lejanas que constituyen el trasfondo de una fiesta que no se reduce a un mero espectáculo, aunque muchos de los que acuden a nuestras plazas ya no son conscientes de ello.

Es fácil imaginar la intensidad de las protestas por parte de estas poblaciones yucatecas si a una autoridad estatal se le ocurriera suprimir de un plumazo estas celebraciones taurinas en nombre del buenismo moderno. Las comunidades mayas celebrantes se considerarían como discriminadas y despreciadas, en sus prácticas religiosas y culturales más identitarias, por unos vientos de prohibición que soplan desde un eurocentrismo o un occidentalismo que pretende a la universalidad de sus concepciones específicas de la sociedad; un colonialismo resurgente para decirlo con palabras más claras.

Pero el universalismo humanista es un concepto muy pobre, y hasta represivo, cuando se reduce a una monocultura impuesta a todo el planeta. El verdadero humanismo está condicionado por el respeto a todas las culturas particulares, el enriquecimiento que aporta cada una de ellas a las demás, mientras no atenten a los principios universales – éstos sí – de los derechos humanos. O, entonces, ¿quién se atreve a derogar la convención de la Unesco de 2005 sobre protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales? 


François Zumbiehl es catedrático de letras clásicas y doctor en antropología. Forma parte del consejo editor del Instituto Juan Belmonte.

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